De todos los géneros de aventuras y derivados, no es el de los piratas el más popular. Sin embargo, es notable su resiliencia y permanencia en el tiempo, enmarcado ya sea en una exitosa franquicia cinematográfica como Piratas del Caribe, ocupando imprevistamente alguna secuela de algún talentoso videojuego como la entrega Black Flag de Assassin's Creed o directamente presentándose como un mundo entero a recorrer en Sea of Thieves.
Editado por el estudio Rare a fines de marzo pasado y distribuido por
Microsoft en el mundo,
Sea of Thieves tiene la peculiaridad de no contener ninguna historia a cumplir por el jugador, sino que cada uno hace y deshace su camino; hay algunas misiones para cumplir pero lejos están de ser obligatorias. El formato puede ser multijugador –con conocidos o con jugadores aleatorios– pero queda claro que con algunas pocas excepciones como los esqueletos que son, en definitiva, el enemigo, todo aquel que uno se encuentre en este universo tiene a un jugador del otro lado.
Como indican las primeras reseñas, Sea of Thieves hace las cosas de una forma completamente diferente a lo que muchos esperarían de un juego de aventuras que, si bien recae en las etiquetas de un masivo en línea, abarca la unión entre sus jugadores desde distintas perspectivas. Por ejemplo, el viajar mediante barcos o incluso las batallas navales implican una total colaboración entre sus jugadores, ya que al igual que en una embarcación real se necesitan varios pares de manos para poner las cosas en funcionamiento.
En este aspecto, Sea of Thieves lleva las cosas a una instancia definitiva: carece por completo de tutoriales de juego y, si bien no aparenta una innecesaria complejidad en su manejo, es parte importante establecer vínculo con otros jugadores más experientes, los que le enseñan al recién llegado como funcionan las cosas en estos mares.
Esta horizontabilidad entre jugadores tiene varias consecuencias. La primera es que a pesar de las diferencias de experiencia, todos tienen la misma oportunidad en el juego. Sin importar cuánto tiempo uno lleve jugando, puede encontrarse tratando de cumplir algún objetivo especialmente difícil (asaltar alguna fortaleza plagada de sanguinarios esqueletos, por ejemplo) y aquel que se niega a participar en equipos no va a llegar demasiado lejos. Esto somete por completo la experiencia del jugador a su propia imaginación y la de su grupo. Con mucho ingenio se pueden lograr muchas cosas o su falta puede redundar en un total aburrimiento.
Justamente, la falta de progresión en la historia tiene como resultado que las misiones pedirán prácticamente lo mismo una y otra vez: encontrar un cofre, eliminar a un capitán y atrapar a un animal exótico que premiará con oro, objetos estéticos y más misiones de sus compañías de comercio.
A pesar entonces de esta cierta redundancia y apoyado en un apartado estético y musical verdaderamente virtuoso, Sea of Thieves se propone como una alternativa muy interesante de juego, con total independencia para cada jugador, que bien pueda creer en llegar a ser un lobo de los siete mares.
Sea of Thieves se encuentra disponible para sistemas
Xbox One y
Windows 10 desde el 20 de marzo.