Esta comarca habitada por más de 30.000 nativos de la etnia Guna, una colección de 365 pequeñas islas e islotes de exuberantes paisajes, tiene su capital en El Porvenir, pequeña isla-ciudad en la que coexisten la agricultura de subsistencia, la pesca en barca, la producción de artesanías y el turismo. Llegan diariamente a sus breves pistas de aterrizaje avionetas para llevarse pescados, langostas, cangrejos, calamares y pulpos a los restaurantes de Ciudad de Panamá. Tan efímero es el espacio disponible que varias islas de la región están completamente urbanizadas. La ecuación es irrefutable: la población aumenta, el territorio desaparece, los recursos se agotan y los isleños, para mal peor, arrancan el coral de los arrecifes para crear diques naturales en un esfuerzo por salvar sus costas.
"Al punto de que tuvimos que adelantar un mes nuestras asambleas –dice Merry–, que se hacían en noviembre, por la amenaza de la marea y los fuertes vientos. En la comunidad de Hernando Lupi, que está asentada en una isla alargada, en ambos lados del territorio empezó a entrar el agua. A finales de los 90 ya la comunidad de Ugupseni había planteado la necesidad de su traslado al continente, un proyecto que se llamó 'Ugupseni 2000', pensando que para entonces la gente de esa isla ya se habría mudado. Pero hasta el sol de hoy eso no ocurrió".
El caso de Gardi Sugdub es aun más emblemático. Su diminuto territorio, capaz de ser recorrido en cuatro minutos de punta a punta, fue el primer lugar del mundo en aplicarse una legislación internacional vinculada a los llamados refugiados climáticos. Una misión de la organización Displacement Solutions (DS), con sede en Ginebra, Suiza, y especializada en el desplazamiento forzado de personas, visitó la región de Guna Yala en marzo de 2014 para aplicar los "Principios de Península sobre el Desplazamiento Climático dentro de los Estados", el primer instrumento jurídico internacional para proteger los derechos de los desplazados climáticos reconocido por Naciones Unidas.
El análisis resultante, llamado "Informe de misión" y publicado en agosto de 2015, adelantaba ya por entonces la voluntad de la propia población de escapar del hacinamiento, de la erosión de la tierra y la desaparición de tierras agrícolas. Sin embargo, explica la organización citando a los miembros del Comité de la Barriada, una minoría de ancianos "no quieren mudarse (porque) allí han vivido toda su vida y allí quieren morir".
El proceso se hará, de acuerdo a lo planificado, en casi 20 hectáreas del continente, donde también está prevista la construcción de una gran escuela pública, otra razón que urge a los Gardi Sugdub a abandonar la tierra de sus ancestros. "La gente ahora empieza a tomar en serio el cambio climático –explica Marry–, pero ni siquiera desde el Departamento Panameño de Vivienda se ha llevado información científica a la población para entender cómo el aumento del nivel del mar nos va a afectar gravemente en 20 o 30 años".
Han sido muchos quienes desde hace siglos plantearon teorías sobre dónde quedaba exactamente la Atlántida: en el Mediterráneo, el Atlántico, el Oceáno Índico. Pero quizá no se trata sólo de la leyenda de una ciudad hundida, sino de una profecía con valor autocumplido. Cuando el último habitante de Isla Cangrejo abandone el lugar, en uno o dos años, atrás habrá fundado la primera Atlántida moderna.
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