En el año 1986 una mujer fue ingresada en un hospital de Massachusetts debido a un dolor intenso en su pecho que se irradiaba hacia su brazo izquierdo. La mujer no sufría de enfermedades cardíacas y no tenía coágulos alrededor de las arterias que pusieran en riesgo su vida. Todo hacía parecer que se trataba de un ataque al corazón, pero no lo era.
La revista médica
New England Journal of Medicine publicó que la causa aparente del daño sufrido por esta mujer tenía un origen emocional y no fisiológico. Ese mismo día, la paciente había recibido la noticia de que su hijo de 17 años se había suicidado.
Varios científicos biólogos y veterinarios fueron los primeros en explorar el efecto de las emociones intensas en la fisiología del cuerpo, informa la cadena
BBC. Estos investigadores notaron que cuando un animal experimenta peligro de muerte, sufre un daño llamado "miopatía de captura", provocada por la adrenalina. Esta llena el torrente sanguíneo y puede dañar los músculos del animal, entre ellos, el corazón.
El estudio también explica que desde mediados de los años 90 han aumentado los casos de humanos que sufren problemas fisiológicos por estrés. En 1995, los investigadores Jeremy Kark, Silvie Goldman y Leon Epstein descubrieron que el 18 de enero de 1991, el día que comenzó la Guerra del Golfo Pérsico y se lanzaron 18 misiles a Israel, la cantidad de israelíes que murieron por problemas cardíacos fue mayor a cualquier otro día anterior a ese.
En la década de 1990, investigadores japoneses denominaron a los ataques cardíacos inducidos por el estrés "cardiomiopatía takotsubo", aunque recién en 2005 la medicina comenzó a relacionar los problemas emocionales como desencadenantes de problemas fisiológicos.
Más adelante, la literatura médica adoptó un término alternativo a la cardiomiopatía por estrés: "El síndrome del corazón roto".
De igual forma, una investigación reciente
demostró que los sentimientos afectan físicamente a las personas. Realizado por la Universidad de Turku, Finlandia, el estudio testeó a 700 personas a las que se les dio distintos estímulos. Así llegaron a la conclusión de que, por ejemplo, el dolor en el pecho cuando uno está triste es real y que cuando uno está feliz, las piernas realmente tiemblan.