Se cumplen 100 años del inicio de una relación que hizo historia. En 1918 William Randolph Hearst I (1863–1951), considerado el inventor de los paparazzi, conoció al amor de su vida. Estando aun casado, el magnate fue seducido, mejor dicho, fulminado amorosamente por Marion Davies (1897-1961), actriz de segundo rango cuyas ambiciones eran asimétricas respecto a su talento. Hearst hizo mucho por ella. Para promocionarla, y para que las fotos de su amada amante aparecieran en todos los medios gráficos de la época, Hearst pagaba a los fotógrafos para que la retrataran en cualquier lugar donde la encontraran.
El propio Hearst se encargaba de llamar a los fotógrafos para decirles en qué restaurante, cafetería o fiesta se hallaba la actriz, la cual, por cierto, siempre estaba lista para ser retratada elegantemente. Y como Hearst era propietario de varios medios informativos, las fotos por lo general aparecían primero publicadas en sus diarios. Así pues, años después de que la relación amorosa entre ambos floreciera, comenzó la profesión de cazador de imágenes. Ya era la década de 1940, aunque el apelativo recién quedó galvanizado en la película de Federico Fellini, La dolce vita, 20 años después.
El propio Hearst se encargaba de llamar a los fotógrafos para decirles en qué restaurante, cafetería o fiesta se hallaba la actriz, la cual, por cierto, siempre estaba lista para ser retratada elegantemente.
Hoy, lo mismo que en los tiempos glamorosos de Hearst y Davies, cientos de fotógrafos se ganan la vida practicando la cacería de imágenes de figuras iconográficas del mundo de la farándula, aunque también captando en el instante menos pensado a personalidades de la aristocracia y estrellas del deporte, las cuales son acechadas por estos idiosincrásicos profesionales con dedos tan rápidos como los de los cowboy a la hora de apretar el gatillo de un revólver Colt 44. Por consiguiente, por casi 80 años (una porción enorme de la modernidad), los paparazzi han sido figuras recurrentes del paisaje de nuestra era, ya sea en países del primer mundo, como asimismo del tercero, pues hoy en día en todas partes hay quienes intentan perfeccionar en la medida de lo posible el paparazzismo y sus efectos comerciales.
No en vano, en 2018 son cientos los profesionales de la cámara que ganan fortunas haciendo el trabajo de paparazzi. El mundo vive en la incertidumbre, pero la banalidad no pasa de moda. De ahí que la gente aún encuentra placer viendo a rostros famosos atrapados en pose de no querer ser fotografiados.
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