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La vida en 25m²: ¿qué implica vivir en un monoambiente en Montevideo?

La legislación establece un mínimo de 25m² para la construcción de una unidad de vivienda
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12 de agosto de 2023 a las 05:04

Mira por la ventana hacia la ventana del edificio de enfrente. Un hombre de unos 40 años mira fijamente la televisión hace al menos 40 minutos ininterrumpidos dentro de un marco de aluminio en un edificio gris con manchas de humedad. Del otro lado de la calle Tacuarembó, ve cómo transcurre la vida de sus vecinos en una sola habitación. Y, asume, ellos también lo observan.

El monoambiente de Gonzalo es pequeño pero está bien equipado: una cama de una plaza debajo de la ventana, un escritorio con una silla delante donde está su televisión. Un espejo, un pequeño ropero y una estantería que separa el área de la cocina donde guarda la bicicleta. Varios posters de su cómic favorito y tres libros de psicología. Su primer hogar independiente.

Según informó El Observador, en base a los datos del sitio Infocasas, a la hora de intentar independizarse el 82% de los jóvenes uruguayos opta por apartamentos. Sobre las tipologías de los primeros hogares, la mayoría de los menores de 30 años (57%) eligen un monoambiente.

También fue el caso de Lucas, que a sus 25 años decidió salir de la casa de sus padres y alquilar un monoambiente en Cordón.

“Llegó un momento de mi carrera profesional en el que tenía un ingreso más estable, después de haberme recibido y trabajado un tiempo, tenía muchas ganas de independizarme. En ese momento no tenía ningún amigo que también se estuviera mudando y alquilar un departamento con una habitación era bastante prohibitivo. Me parece que el monoambiente es una buena plataforma para dar el paso de la independencia y al mismo tiempo no sufrir tanto con las finanzas”, recuerda ahora, dos años después de entregar las llaves.

“Tuve la suerte de que conseguí un monoambiente en un octavo piso, despejado y al frente, desde donde se veía todo Cordón. Ese balcón te daba tremendo oxígeno, no sé si hubiese podido vivir en ese monoambiente sin ese ventanal enorme. Lo elegí como una plataforma, proyectando que iba a estar un año o un año y medio como mucho y era el primer paso hacia otro paso mayor que era un apartamento de un dormitorio”, comenta.

Pero no es la única etapa de la vida en la que las personas optan por un monoambiente. Guillermo se jubiló hace pocos años, sus hijos emigraron y él decidió mudarse a un espacio más pequeño en Barrio Sur mientras planifica qué va a hacer en adelante. El edificio donde vive es un hotel remodelado en el que la mayoría de los apartamentos son monoambientes y dice que si bien el espacio por momentos le resulta reducido, es una situación “temporal”. Pasa el tiempo conversando con vecinos que recién están comenzando la vida en pareja o están en proceso de emancipación y disfruta del intercambio generacional.

Vivienda mínima: ¿cuánto es demasiado pequeño?

¿Cuál es la superficie mínima para vivir? Para el segundo Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) de 1929 desarrollado en Frankfurt la pregunta ya estaba en el campo de investigación de los especialistas.

Die Wohnung für das Existenzminimum, o algo así como el apartamento para el nivel de subsistencia, fue el centro de la discusión. La “existencia mínima”. Una tipología en la que se puedan presentar soluciones para desarrollar las actividades más básicas de la vida diaria de acuerdo al estándar de la sociedad del momento: una Europa en un periodo de entreguerras, que había transformado la idea de familia y enfrentaba una crisis habitacional. “Viviendas que, aunque pequeñas, sean sanas y habitables y ante todo facilitaras con alquileres asequibles”, dijo en su exposición el arquitecto Ernst May.

Viviendas de calidad que “satisfagan las exigencias materiales y espirituales de sus ocupantes” incorporando criterios higienistas, tomando en consideración las nociones de familia, los cambios sociales y la vida en comunidad.

En Uruguay, Juan Pablo Terra redactó la Ley de Vivienda de 1968 en el que se estableció el “nivel mínimo habitacional” donde, muy en consonancia con las discusiones de los arquitectos modernos demarcó cuál sería el mínimo de área habitable que pudiera proporcionar cierto confort.

“Es un punto de inflexión donde se fija este umbral confortable de superficie de las viviendas pensando en las características de la familia. Si bien está pensada desde lo que es la vivienda social, tiene una implicancia fuerte a la hora de repensar los mínimos habitables. Ahí habla de los famosos 32m²”, explica a El Observador Leonardo Altmann, arquitecto, investigador y doctorando en Estudios Urbanos.

La ley previó en su momento que cada vivienda tendría un dormitorio “por cada matrimonio” y el resto de la familia tendría “dormitorios separando los sexos y admitiendo hasta dos personas” en cada uno. Además, la vivienda debía contar con un baño y el o los ambientes adecuados a las funciones de cocina, comedor y estar diario bajo el entendido de que algunas funciones cotidianas no pueden realizarse en el mismo espacio.

Hace tres años el gobierno publicó el decreto 129/2020 que modificó algunos aspectos de la ley 18.795 de Promoción de la Vivienda de Interés Social, en el que habilita la construcción de monoambientes bajo los beneficios que ofrece la ley, cuyas áreas habitables podrán tener entre 25 y 40 m².

“Hace relativamente poco que un monoambiente se empieza a considerar como vivienda. Existían como oficinas y estaban en el mercado de cierta forma porque había pequeñas unidades que podían ser de menor área. El tema es el área: si es posible tener esa definición de un lugar para que sea un dormitorio o no. En el momento en que se permiten monoambientes de hasta 25 metros cuadrados ya no hay chance de que esa vivienda tenga un dormitorio”, señala a El Observador la arquitecta y magíster en Ordenamiento Territorial, Alicia Artigas.

Después de 94 años de aquel CIAM, sigue siendo un tema sobre el que las ciudades reflexionan: ¿Cuánto es el mínimo capaz de satisfacer criterios de bienestar? ¿Y cuánto es demasiado pequeño?

Tampoco se trata únicamente de un tema de metraje. Juegan además aspectos vinculados al diseño arquitectónico y la garantía de condiciones de habitabilidad como un mínimo de asoleamiento y ventilación.

“Las tipologías que están hoy son tipologías de máximo aprovechamiento del espacio con habitaciones que podrían llegar a ser habitaciones de un hotel o de un apart-hotel pero no de una vivienda, porque necesitas tener otros servicios en el mismo edificio o en el mismo entorno que te permitan el resto de las facilidades”, considera la arquitecta.

La mayoría de los monoambientes que se encuentran en cualquier motor de búsqueda tienen características similares: un ventanal hacia el final de un espacio alargado, una cocina básica sobre el otro extremo y un baño independiente. Algunos incluso se promocionan como apartamentos de un dormitorio, con una división para otorgar privacidad al espacio de descanso quitando la iluminación al resto del apartamento.

Un buen arquitecto podría tratar de resolver un espacio mínimo sin afectar demasiado ciertas cualidades que hacen a vivir ahí. Pensar estos monoambientes como franjas con la ventana ocupando casi todo el ancho mínimo permitido, después todo hacia atrás con el baño al lado de la cocinilla en el lado opuesto evidentemente es una solución que puede viabilizar cumplir con las normativas de asoleamiento y de área mínima habitable, pero que te interpelan mucho sobre cómo se terminan viviendo esos espacios”, sostiene Altmann.

No es lo mismo en contrafrente que en la fachada. No es lo mismo tener un balcón o una salida a un patio que no tenerlo. No es lo mismo un piso a media altura que tener el primer piso al pozo de aire. En este sentido también se establecen los precios. El alquiler de un monoambiente en zonas como Centro, Tres Cruces y Goes puede salir unos $12 mil mientras que puede escalar al entorno de $27 mil en zonas como Malvín o Punta Carretas.

"Cada oferta genera su propia demanda. Si los edificios de vivienda de interés social, por ejemplo, están teniendo la mitad de las unidades como monoambiente casi que no tengo más remedio que buscar eso. ¿En qué medida se da ese juego de que existe una demanda desde el punto de vista de los sectores sociales por la estructura demográfica, por la capacidad económica, por los ciclos de vida de la gente en su vinculación con el mercado laboral y por otro lado por la propia oferta que están desarrollando en el mercado?", pregunta Altmann que señala que en los últimos 25 años la población se ha "mantenido más o menos estable" mientras que "el stock de viviendas –en el ámbito formal e informal– ha crecido de manera significativa".

¿Familias pequeñas, hogares pequeños?

Hogares unipersonales, familias cada vez más pequeñas, parejas que deciden no tener hijos o si deciden hacerlo lo aplazan en el tiempo. La unidad de familia ha disminuido en el correr de los años, las parejas se separan, los hogares monoparentales son cada vez más predominantes, las personas mayores viven solas. “Aquellas familias de antes que eran ocho hijos, las abuelos, los tíos y vivían todos juntos, se fueron achicando a, digamos, a favor de una flexibilización del mercado laboral”, señala la arquitecta.

En los últimos años la proliferación de monoambientes en Montevideo va a acompañada de una intención del mercado de acoplarse a estas modificaciones, lo que lleva a los apartamentos a una expresión cada vez más mínima. “Este tipo de estructuras habitacionales viene a ser el reflejo físico de la fragmentación de la vida social”, agrega.

Pero también es un fenómeno vinculado a la producción y el trabajo. 

"La revolución industrial implicó separar los ámbitos de producción y de reproducción. La vivienda quedó para la reproducción de la fuerza del trabajo. El ámbito de producción, a diferencia de las épocas anteriores, donde estaba todo mezclado pasó de alguna forma a esa idea de que la vivienda es un ámbito de reproducción y la producción está en otro lado. ¿Qué pasa cuando damos una vuelta muy grande a través de la revolución tecnológica y nos encontramos de vuelta que la vivienda es un ámbito de producción y de reproducción pero con la diferencia de que esta que es en 25 metros cuadrados?", señala Altmann. 

De la "plataforma" a la independencia a la "caja de zapatos"

Para Marcos no era su primera vivienda lejos de la casa de sus padres, pero sí fue la primera vez que vivió solo. Desde que llegó a Montevideo ya había pasado por dos residencias estudiantiles, había vivido con una novia y en el apartamento de un amigo después de la separación.

“Puede llegar a ser útil para el primer año en el que te independizás. Si te vas de tu casa familiar, sos relativamente chico, pero después no. No es adecuado para la salud mental. No tenés una compartimentación de tu vida íntima. Llega un momento en que te das cuenta de que es un problema”, sostiene. 

Intentó mantener un bienestar psicológico durante el tiempo en el que vivió en un monoambiente en Pocitos, hasta que ya no pudo sostener el reajuste del alquiler. “En un espacio muy reducido hay un momento en el que las paredes se te vienen encima. Es un espacio que no deja nunca de ser muy íntimo. Invitar gente es como invitar a alguien a tu cuarto. Siempre es tu cuarto”. Para intentar contrarrestar esa sensación intentaba ir más seguido a la rambla, a leer en un parque o a la casa de algún amigo.

Algo similar le pasó a Lucas durante el tiempo en el que vivió en su apartamento. “El beneficio es el costo: te permite mantenerte en un barrio céntrico y al mismo tiempo no pagar una fortuna de alquiler. Los problemas: todo el resto. Yo sentía que vivía en una caja de zapatos. Intentás encontrar lugares o espacios donde desahogarte: una plaza, la rambla, un parque. Hay algunos monoambientes diseñados de forma más inteligente y hay otros que son simplemente un cubo blanco. Yo vivía en un cubo blanco”.

El psicólogo clínico Hugo Selma, profesor adjunto en el Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología (Udelar), se refirió a esa sensación de afectación sobre la salud mental que podría tener el hecho de vivir en un espacio reducido y sin compartimentación. “Hay algunos estudios respecto a la relación de vivir en un monoambiente con el bienestar psicológico y con la salud mental. Aparentemente la asociación entre las dos cosas existe, pero es difícil separarlo de otras variables que quizás son más determinantes”, puntualizó. 

Según el psicólogo hay una serie de variables que rodean a la persona que vive allí: vivir en soledad, el estrés que implica una mudanza, los cambios que puede estar viviendo que lo llevaron a elegir un monoambiente, el nivel socio-económico y el hacinamiento, son variables que están “muy fuertemente asociadas” con el bienestar psicológico y la salud mental.

Además, señala que el entorno urbano también puede tener cierta afectación: “La zona céntrica es una zona con un bombardeo de estímulos, con un nivel de estrés importante por el nivel de ruido y de contaminación no solo de acústica sino también vinculada al humo de vehículos y demás”.

“La gente que vive en monoambientes en general le pasa eso de que tiene más problemas de salud mental y también le pasa que tiene un menor bienestar psicológico, pero no necesariamente la causa es vivir en monoambiente, sino todo lo otro”, aclara.

Como contrapartida, el especialista recomienda hacer actividades al aire, tener acceso a la luz natural, participar de actividades sociales y mantener buenos hábitos de salud vinculados a la alimentación y el descanso. “La red de contención social es importantísima también para manejar las situaciones de estrés”, señala.

Corrimiento hacia el espacio público

Altmann hace hincapié en una mirada urbana del fenómeno de unidades de vivienda mínima. Una mirada global sobre lo que puede implicar sobre las áreas de cercanía, los barrios y las ciudades. “Si estamos promoviendo el desarrollo de este tipo de unidades mínimas entonces las otras partes de la vida social que no pasan por lo que puedo hacer adentro de mi casa deben suceder en otro lugar”. Salir a la ciudad para hacer todo aquello que no puedo hacer entre 25 y 40 m².

“A la ciudad le exige tener otro tipo de esfuerzo desde el punto de vista de la calificación de los espacios públicos, de los servicios, de todas las cosas que yo salgo a buscar en ella. Tiene que ver también con cuestiones de seguridad, de convivencia, de diseño urbano, de calificación de los espacios públicos, de mejora del transporte, de movilidad, etcétera, que hacen que de alguna forma sea sostenible. Si este modelo es sostenible es una carambola a varias bandas, porque involucra todos estos procesos", dijo el especialista, que forma parte del Instituto de Estudios Territoriales y Urbanos de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (Udelar).

Los arquitectos coinciden en que los edificios deberían ofrecer áreas comunes en las que extender algunas actividades cotidianas: lavaderos, áreas verdes, co-work, barbacoas o lugares de reuniones. Y si bien algunas construcciones ya las ofrecen, otros edificios con un alto porcentaje de monoambientes todavía no lo tienen en cuenta.

"La unidad debería tener áreas comunes (que no sean el ascensor y los corredores) que pudieran complementar esos 25 metros cuadrados”, sostiene Artigas. 

“Pensar cómo colectivamente en el edificio o en la ciudad resolvés otras dinámicas de la vida cotidiana y que lo que queda adentro de la vivienda son funciones mínimas de dormir, de higiene y de pocas cosas más”, comenta por su parte Altmann.

¿Cómo condicionan los espacios que habitamos nuestra vida? ¿Cómo modifican la vida en comunidad? "Son situaciones que te hacen pensar cómo esas decisiones de racionalidad, de la utilización de metros cuadrados, terminan condicionando el bienestar y la vida de la gente. Tiene que ver no solo con el tamaño de una ventana sino con las proporciones, con cuánto sol entra, con qué ves desde la única ventana que tenés. Toda esa cuestión de alguna forma te devuelve un poco qué ciudad y qué forma de habitar estamos construyendo", dijo Altmann.

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