Presidente de Argentina, Javier Milei, y vicepresidenta Victoria Villarruel.

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¿La madre de todas las grietas?

Argentina tiene grietas desde el fondo de su historia. Y la llegada de Javier Milei al poder puede ser un recambio en las elites del poder.
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05 de abril de 2024 a las 11:24

En el fervor de la multitudinaria marcha que conmemoraba un nuevo aniversario del 24 de marzo de 1976, fecha que en Argentina se recuerda el inicio del último gobierno militar, la presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, dijo que esperaba que el presidente Javier Milei cambie o “se vaya rápido”. 

Sus declaraciones tuvieron un fuerte impacto, incluyendo una denuncia judicial por “alzamiento” y “amenaza de rebelión”.

Si bien al poco tiempo intentó aclarar sus palabras y darles otro sentido, lo cierto es que también representan el sentir de una porción de la sociedad vinculada al kirchnerismo, al progresismo, a la izquierda y, en general, a todo aquel que encontró en la derrotada candidatura de Sergio Massa una última oportunidad para evitar el acceso de Milei a la presidencia. 

Es cierto que, cuando el peronismo no está en el poder, le parece que todos los presidentes tienen defectos gravísimos que impugnan su legitimidad para mantenerse en el cargo.

Así, antes de Milei, el último presidente no peronista, Mauricio Macri, era la dictadura y el anterior, casi 30 años antes, Fernando De la Rúa, no tenía las capacidades adecuadas y debía ser eyectado del poder.

El anterior a este, Raúl Alfonsín, era el representante de la Coca-Cola y el imperialismo y, así, pueden encontrarse otros ejemplos en el pasado más lejano. 

Lo cierto es que, en la actualidad, esta actitud reactiva del peronismo a su estancia en el llano, o sea fuera del poder, pasa un tanto desapercibida, por repetida, pero, sobre todo, por ser leída en el marco de una polarización que habilita discursos más extremos. 

La famosa “grieta” fue el telón de fondo de este presente político. Sin embargo, en Argentina,la brecha social no es una novedad ni un hecho extraordinario y exclusivo de estas últimas décadas.

Una historia polarizada

Tempranamente, desde el colegio, los argentinos absorben su historia en forma binaria, patriotas versus invasores ingleses y luego contra los realistas (que son los españoles), posteriormente los seguidores de Mariano Moreno y los de Cornelio Saavedra, San Martín y Belgrano enfrentando a las autoridades de Buenos Aires, más adelante unitarios y federales, civilización o barbarie, rosistas y antirrosistas y la provincia del gran puerto contra el resto del país. 

La llegada de Hipólito Yrigoyen y los radicales al gobierno,de la mano del voto popular, abrió el enfrentamiento entre personalistas y antipersonalistas y, luego del golpe de 1930, conservadores contra demócratas. 

Más tarde adoptamos la división republicanos o franquistas, frente popular o fascistas y, por supuesto, a partir de 1945-1946, peronistas versus antiperonistas.

Esta división será la más determinante, aunque también va a variar en un triángulo cambiante entre peronistas, militares y radicales.

Obviamente, la década del 70 va a ser pródiga en esta división que desembocará primero en los años de “Perón o muerte”, la guerrilla, los grupos paramilitares, y luego en otro y más fatal terrorismo de Estado, seguido nuevamente de patriotas contra ingleses hasta, finalmente, (casi) todos contra los militares. 

Quienes vivieron las décadas del 80 y del 90 fueron testigos de un momento de relativa calma en cuanto a las grietas. 

Si bien no aflojó la intensidad política ni la violencia, tampoco hubo entonces una fractura estricta que separase amigos, familias, instituciones, la sociedad civil y que se infiltrase en todo el entramado social. 

Posiblemente porque los 80 y los 90 fueron un “descanso” luego de más de un siglo de grietas y del colofón enloquecido de los años 70 y la guerra perdida. 

Con la llegada de los Kirchner al poder, la grieta volvió a ser la norma.

Para quienes venían acostumbrados a los 80 y los 90 se trató de una novedad, pero para los más viejos era algo conocido. Para quienes nacieron a la vida pública a partir de ese momento, una constante.

Lo que va del siglo XXI no puede entenderse sin esta polarización que renació con el matrimonio K, pero que se sostuvo en una suma de elementos que venían del pasado, fragmentos acumulados de todas las grietas que construyeron la historia argentina. 

Puede decirse que, con Cristina Fernández de Kirchner en el poder, la fisura se personificó en ella, sus formas, sus modos y sus proyectos. Particularmente con el conflicto del campo,en 2008, el famoso “vamos por todo” que la ex presidenta enunció en la ciudad de Rosario en febrero de 2012, y también con la muerte de Alberto Nisman en 2015. 

El tango (como la grieta) se baila de a dos

La coalición Cambiemos, luego Juntos por el Cambio, fue la otra parte de esa división política. 

Esta alianza nació y se mantuvo bastante firme como una forma de frenar e impedir que el proyecto kirchnerista se llevara adelante. 

Lo cierto es que cuando este proyecto y su líder parecen haber perdido definitivamente la centralidad y la posibilidad de concretarse, ya no tiene mucho sentido mantener una coalición defensiva de diferentes partidos, cuyo único punto de unión era impedir el éxito del rival. 

Por eso Juntos por el Cambio comenzó a fragmentarse y a convertirse en la incógnita que es hoy. 

Pero también es la incógnita del escenario político argentino, que se encuentra en un momento de reordenamiento donde todavía no está claro cuál va a ser el lugar que adopten los actores que venían instalados cómodamente de un lado y otro de la grieta.

En este sentido, gran parte de la sociedad argentina eligió a veces a unos y otras a otros, aunque por motivos mucho más racionales e inmediatos, vinculados a los contextos sociales y económicos en los que desarrollaban sus vidas. 

Seguramente, también por esto, la grieta y quienes más enfáticamente la encarnaban fueron generando cierto cansancio, desafección y, finalmente, la decisión social de ponerle un punto final.

Mauricio Macri posiblemente haya sido el primer Milei, es decir, el primer aviso de gran parte de la sociedad que advertía a sus representantes que algo no funcionaba.

Macri era una persona que no había hecho el cursus honorum de la política tradicional, y ni sus palabras ni su estética representaba a los círculos políticos y sociales tradicionales que nunca lo aceptaron del todo. 

El experimento Macri no funcionó. Macri no pudo, no supo, no quiso. Eso ya no importa. 

Esa mayoría social entendió que era necesario duplicar la apuesta, o triplicarla. Y Milei fue una exhortación aún más potente, alguien que no tiene nada que ver con los grupos que hasta ahora predominaban en la política argentina.

Milei emerge de las entrañas de la grieta, pero dispuesto a destruirla. O a crear una nueva.

Esta idea de votar contra lo establecido no parece casualidad, más bien puede pensarse como producto de un aprendizaje social. Por eso no es absurdo predecir que, si el experimento Milei fracasa, no volverán los políticos tradicionales para gobernar como lo hacían antes o parecido. 

El país está en un derrotero que diverge diametralmente del que empezó con este siglo, aunque lo hace sin un rumbo definido. 

En función de ese diagnóstico, el gobierno de Milei no solo quiere generar cambios económicos y en el relato público, sino que la verdadera batalla cultural que pretende el presidente argentino es un cambio en la elite, o sea, la creación de un nuevo sector predominante. 

Un sector que no será totalmente renovado en sus nombres y apellidos, pero que encarnará nuevos intereses y discursos con respecto a los hegemónicos en los últimos 40 años, o más atrás aún.

Cambiar el equilibrio de poder dentro de la elite, la madre de todas las grietas. 

Sin embargo, si se logrará o no este cambio, es una incógnita.

Por eso estamos en un momento de transición, cuya característica central es la incertidumbre. Y, a veces, la violencia.

Quienes tienen el poder no quieren perderlo y quienes están por conseguirlo desean acelerar ese proceso.

Lo complejo de la situación para sus actores es que nada será como venía siendo, pero tampoco se sabe cómo será. Es una navegación a ciegas.

En palabras de Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

 

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