Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

La canción que todos seremos

When I'm sixty four, de los Beatles, es una reflexión sobre la vejez en tres minutos
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01 de julio de 2017 a las 05:00
Sin necesitar esforzarme, recuerdo la primera vez que escuché, una tras otra, las canciones de Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band, una de las grandes joyas de la historia de la música rock y pop (en el ranking de los 500 Greatest Albums of All Time, realizado por revista Rolling Stone, ocupa el primer lugar), aunque no estoy seguro de que sea mi disco favorito de los Beatles. El disco, de cuyo estreno se cumplieron 50 años el pasado 1º de junio, dura 39.45 minutos, y su versión en vinilo obliga a darlo vuelta cuando las canciones de un lado se acaban; incluye siete temas en la cara 1 y seis en la cara 2. No sé por qué (y a esta altura, luego de tanto tiempo después, resulta todavía más imposible saberlo), pero la canción que llamó mi atención fue When I'm Sixty-Four, corta (dura 2.30 minutos) y completa, la cual fue compuesta por Paul McCartney. Con la ayuda de un diccionario la traduje, pues más allá de su cautivante melodía uno siempre quiere saber qué es lo que está diciendo el cantante.

Años después, McCartney dijo que fue la canción del álbum que grabaron primero. Una obra maestra de duración intencionalmente abreviada.

La historia en torno al contenido y supuesto mensaje de la misma daría para llenar las páginas de un libro, aunque lo importante es la interpretación que cada uno pueda hacer de la letra. La canción iba así: "Cuando envejezca y pierda el pelo/Dentro de muchos años/ ¿Me seguirás enviando tarjetas de amor/Buenos deseos el día de mi cumpleaños, una botella de vino? / ¿Todavía me necesitarás/Todavía me amarás/ Cuando tenga 64?" Al oírla, en plena adolescencia, pensé que esa edad estaba lejísimos, que una vida completa debería pasar antes de que me visitaran esos dos dígitos, temibles cuando están juntos. Pues bien, la cifra se aproxima, está a la vista, como que en cualquier momento... Hoy escucho la canción con la misma admiración por el beneplácito estético que me proporciona, aunque siento cierto horror -y perdón por la honestidad- al ver que realidad y poesía están a punto de coincidir en la vida.

La edad nunca está completa ni es la misma en todas las edades. Uno nunca es el mismo, ni menos la imagen que lo identifica como el hombre que aparece en fotografías y en cuya sonrisa cabe una época de su propia existencia. Así me reconozco en las fotos de entonces, viéndome diferente, pues el numero 64 a la vista viene a decirme que sin quererlo estoy casi llegando a esa edad de semi-cima.

Después, se acaba la montaña. Supongo. Cuando aún no tenía esos años, mejor dicho, cuando esa edad parecía una meta demasiado distante como para ser alcanzada siquiera por aproximación, When I´m Sixty-Four me trajo una perspectiva del tiempo a la distancia, de una época futura a la cual por esos días era imposible adivinarle la edad. Hubo momentos en que llegué incluso a tararearla, tal vez por tener ganas de sentirme invitado a la familia del Sargento Pimienta.

Considerando que en esa etapa de mi vida podía hacerlo sin sentir ningún tipo de angustia, me pregunté si me seguirían amando cuando tuviera 64, cifra que parece decir que el tiempo está a punto de quedar completo. Conviene recordar que en ese entonces 64 era la edad de jubilación de los trabajadores de Gran Bretaña. McCartney escribió la canción, que recobró popularidad en 1982 al ser incluida en la película El mundo según a Garp (basada en la novela homónima de John Irving), cuando apenas tenía 16 años y no se teñía el pelo tal cual lo hace en la actualidad, aunque se lo dejaba crecer para que la época fuera también capilar y despeinada, como lo fue. Jopos y melenas, completos y sin canas.

Tal como digo, McCartney escribió la canción en homenaje a su padre el día en que este cumplió 64 años. Que alguien escriba hoy una canción con tal tema resultaría una rareza para nuestra híbrida época, una mucho más neurótica y desconsolada que la anterior. A ningún adolescente de hoy, que solo tienen presente al presente, le daría por pensar que algún día no tan lejano será un pre-viejo de 64 años y menos darse cuenta de que semejante asunto casi grave pueda poner a trabajar a las maquinarias de la imaginación, hacerlas que perduren en cierto estribillo emblemático, capaz de vencer con su pegadiza seducción a la hora mustia de las edades.

Esa, la canción con edad específica, vaudeville autobiográfico de una era que aún es, ha sobrevivido mejor el paso de los años que la cara de su compositor. El arte sigue siendo el último y único refugio para encontrar con vida al Dorian Gray de cada uno. John Lennon, quien quedó fascinado con la versión final de la canción incluida en el álbum (un historiador de los Beatles me dijo que Lennon la consideraba una de las tres mejores del cuarteto) murió así, convertido a la fuerza en Dorian Gray a los 40 años por un vil asesino, quien lo congeló en la edad reproducida hoy en todos los posters, en tanto George Harrison murió de cáncer en medio de esa dimensión desconocida de la vida cuando ya nadie sabe si el involucrado tenía 50 o 60 años, pero 40 seguro que no, ni tampoco 64. Tenía 58. La muerte apresuró en estéreo ambas posteridades ganadas con ventaja de antemano.

McCartney superó la edad que predijo y que le sirvió, antes de que fuera cifra completa y estribillo de un hit, para conseguir otro top ten en el ranking de la eternidad. Paul siempre fue el gran adolescente de los cuatro inconfundibles de Liverpool, y sus melodías trascendieron la cotidiana simplicidad del barullo mediante una inocencia original, una de esas que no puede comprarse en el súper y que al escucharse queda actualizada. Babyface: cara de bebé, querubín cargando el misterio de un tiempo inmóvil, Narciso reflejándose en las aguas de la fuente de la juventud. El idealismo fue su Botox. A los 40, Paul (tanto lo conocemos que podemos tutearlo, Hey Paul) parecía tener 30 o 25: y nunca necesitó quitárselos para que siguieran sin existir. A los 50 lucía diez años más joven. Hoy, a los 75, su rostro maquilla la perfección de la edad inexacta de su propietario, dotándolo de una lozanía a prueba de cumpleaños innecesarios. En el día menos pensado, la adolescencia y la vejez despertaron unánimes en la cara de Paul, superpuestas en la imagen inevitable del peor de los espejos: el que dice la verdad.

When I´m Sixty-Four no perdió el encanto ni Paul McCartney el pelo –se lo tiñe de un horrible color marrón ocre, el mismo que usa Mick Jagger, quien tiene dos años menos–, pero las preguntas que hacía en la canción se quedaron huérfanas de hoy y ahora mismo, debiendo por lo tanto buscar las posibles respuestas en los recovecos de la memoria, ahí donde el pasado se encarga de mentir de la mejor manera. El interludio de amor sucede esta vez en un ayer espectral donde vivos y muertos hablan el mismo idioma. Por consiguiente, el Club de Corazones Solitarios es ahora todo para él, para el hijo de Géminis que luce igual o lo mismo que los años que tiene encima. La realidad consiguió en su caso una intolerable simetría. El tiempo ha pasado con todas sus cuotas juntas, invisibles y visibles, porque pasó incluso cuando nadie lo vio pasar. Ahora, ya sin necesidad de más cumpleaños, para qué, el gran músico está detenido donde la edad perdió la cuenta para no perder de vista la vida. A esa edad, todos quisiéramos llegar y, de ser posible, cantando también.

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