Isabel Perón recibe el premio Hispanidad 2023.
Isabel Perón, con el peinado que recordaba a Eva Perón.
El chalet de Villafranca del retiro, donde Isabel vive en la actualidad.
Perón e Isabel junto al matrimonio de dictadores rumanos Ceacescu.
Isabel Perón, ya como presidenta de la Argentina.
Isabel Perón, de vacaciones en España.
Isabel Perón recibe el saludo del entonces Rey Juan Carlos I.
Isabel Perón, durante el funeral de Juan Perón en Buenos Aires.
Isabel junto a Juan Perón en Madrid.
Isabel Perón, en Madrid.
Isabel Perón, en Madrid.
Isabel Perón, en una foto caminando por Madrid.
Isabel Perón, en su casa con el Premio a la Hispanidad de la Asociación Preserva.
Fernando González

Fernando González

Director de El Observador España

Miradas > A los 93 años

Isabel Perón en Madrid, la memoria prohibida de la política argentina

La ex presidenta argentina y última esposa de Juan Perón reapareció en un una fotografía porque le otorgaron un premio “a la hispanidad. A los 93 años, vive en un chalet en la sierra de Madrid, olvidada por la política de la que fue protagonista.
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29 de marzo de 2024 a las 06:01

La imagen volvió a recorrer el mundo y a conmover a ese lazo humano que va desde España, que atraviesa diez mil kilómetros en las aguas del océano Atlántico y desciende sobre el suelo siempre volcánico de la Argentina.

Es Isabel, Isabelita,, la expresidenta, la pobre mujer, la bailarina, la inexperta que se animó a ejercer el poder.

Es la última persona que lleva sobre la tierra el apellido Perón.

El mayor enigma viviente de la política argentina esta allí, sentada, erguida sobre un sillón de tres cuerpos. Detrás suyo se dejan ver un biombo con mujeres y guerreros chinos, un jarrón, algunas estatuillas religiosas y un cuadro con la fotografía de un sacerdote que se parece al Papa Francisco.

María Estela Martínez de Perón, a quien millones conocieron como Isabelita, sonríe a cámara.

El cabello, teñido de color caoba, luce bien peinado. Lleva puesto en pulover liviano en el comienzo de la primavera madrileña y, tanto sus manos arrugadas como sus ojeras, denuncian como ningún otro detalle sus 93 años.

Isabel sonríe, y esa sonrisa la rejuvenece.

Sobre el regazo de quien fue la pareja, la confidente, la esposa, la delegada partidaria, la vicepresidenta y finalmente la presidenta heredera de Juan Domingo Perón y de ese país incomprensible llamado Argentina, descansa una pieza de metal con la inscripción Preserva, Hoyo de Manzanares, Premio 2020.

Es el presente de la asociación que le otorgó el Premio Hispanidad 2023. La disparidad entre las fechas quizás tenga que ver con las dificultades para poder visitarla.

Es que Isabel ya no quiere ver a nadie. Los 93 años le han quitado las ganas de confraternizar, aún con quien quiera agasajarla como hicieron los misteriosos integrantes de la Asociación Preserva.

Son, como el premio de metal lo indica, de Hoyo de Manzanares, un barrio muy cercano a Villafranca del Castillo, donde está el chalet adosado en el que vive la leyenda peronista desde hace dos décadas.

Pueblos de la sierra de Guadarrama, a treinta kilómetros y a mil metros de altura del centro de Madrid. Hace un par de semanas, llegó a nevar unos diez centímetros en el jardín del fondo de la casa.

Solo queda la ama de llaves, que antes la sacaba a pasear cada día por las veredas del barrio, pero que ahora la cuida dentro de los doscientos cincuenta metros cuadrados del chalet.

Octavio Acebes, el chofer amigo que solía poner en marcha el Audi 6 gris con el que se animaban hasta Madrid, murió hace cuatro años. También han muerto la mayoría de los parientes, los amigos y los dirigentes peronistas que la llamaban de vez en cuando desde la Argentina. El silencio se va apoderando del intenso universo pasado de Isabelita.

Un llamado del Papa Francisco

Hace tres años, en la mañana de su cumpleaños número 90, el teléfono de Isabelita volvió a sonar como en los viejos tiempos. Era el Papa Francisco, que le hablaba desde Santa Marta en el Vaticano para desearle felicidades. Los dos muy religiosos. Los dos peronistas. El Pontífice, jesuita y terco. Ella, fanática de los rezos y pendiente de los espíritus.

Sus biógrafos dicen que fue la familia de crianza la que le inculcó el respeto por las ánimas de los muertos.

Dejó a sus padres en La Rioja a los 14 años, enojada por una educación demasiado estricta y el maltrato persistente, y creció en la casa de José Cresto e Isabel Zoila. Ellos fueron los que la iniciaron en el espiritismo. Y ella los amó. Tanto que cuando eligió ponerse un nombre artístico no lo dudó: Isabelita.

Porque Isabel abrazó la danza, las clases de piano y las de francés cuando viajó a Buenos Aires desatada de su familia.

Pero sobre todo el baile, las danzas folclóricas que la llevaron hasta Perón. Algunos dicen que en 1954, cuando el líder aún era presidente y era líder. Y otros prefieren ubicar el encuentro en la Navidad de 1955, en un boliche nocturno de Panamá, cuando el general había pasado a ser el tirano prófugo.

La contra cultivó para siempre la leyenda del cabaret. Porque les permitía estigmatizar a Isabel casi como una copera, más cerca de la prostitución.

Pero los historiadores coinciden en que la chica de 25 que encandiló al líder desterrado de 60 años era parte de un cuerpo de danza folclórica que actuaba en locales nocturnos porque en Panamá no había teatros para el baile decente.

Como si importaran semejantes detalles en tiempos de Shakira, de Rosalía y de twerking.

Bailarina de cabaret o de folclore, Isabel y Perón no se despegaron nunca más.

Saborearon el exilio en el canal de Panamá, en las playas de República Dominicana y en los bares de Venezuela. Siempre cerca del Caribe. Jamás alejándose del trópico.

Hasta que desembarcaron en Madrid. El frío y la nieve española no los asustaron. Todo lo contrario. Allí decidieron quedarse a vivir y se casaron felices en 1961.

Al abrigo de Francisco Franco

Les gustó esa ciudad parecida a Buenos Aires, donde gobernaba un caudillo, un dictador que siempre los protegería: Francisco Franco. La saga madrileña tiene una anécdota de Perón e Isabel en cada barrio.

Felix El Segoviano, por ejemplo, los recuerda a Perón e Isabel tomando el chocolate caliente y comiendo los picatostes en su restaurante de Navacerrada.

Paraban en un hotel de aquí cerca”, cuenta Félix. “El hombre los cuidaba”.

No era necesario preguntar quién era el hombre. El octogenario, dueño del asador más visitado del pueblo y fanático de los toros, señala hacia el grifo dorado con el que escancian la cerveza tirada. Sobre el metal, se imponen una bandera de España y una cara inconfundible y regordeta de Franco.

Navacerrada, Villafranca del Retiro, donde vive Isabel, o el Hoyo de Manzanares, donde esta la asociación que la premió, se funden con los mismos fuegos. El de la religión y las iglesias.  

El de las tradiciones españolas y el de la memoria de la guerra civil. En el Hoyo, los franquistas ejecutaron a los últimos soldados republicanos. Hoy ya casi no quedan recuerdos de toda aquella tragedia. Tal vez sea cierto que para mirar el futuro es necesario enterrar algo del pasado.

Isabel ya no concurre a misa en la parroquia Santa María Soledad Torres. El padre Enrique Lázaro le solía llevar una hostia hasta su casa, para que tomara la eucaristía, pero ya ni eso.

Las cortinas permanecen bajas la mayor parte del día. Por si a algún periodista o a algún fotógrafo se les ocurre ir a molestarlos. La que logró penetrar aquel cerco fue Hebe Schmidt, la corresponsal de Télam en Madrid que consiguió el último reportaje en 2017.

Ni siquiera ese depósito de chatarra periodística en el que se ha convertido Google logra acumular muchos más datos de Isabel en los últimos años.

La memoria frágil la recuerda a Isabel junto a Perón y a los caniches blancos en la casona de Puerta de Hierro.

En las imágenes aparecen los emisarios que iban hacia Madrid en busca de las migajas del poder. Gettino, Solanas, Paladino. Y la sombra cada vez más oscura del mayordomo José López Rega. El espiritismo y la magia negra hacen su aparición para terminar cruzando el Atlántico y volviendo a la Argentina.

Isabel estuvo en 1966 y en 1971, en Buenos Aires y en Mendoza, para normalizar a un peronismo desquiciado y preparar el terreno para el regreso del líder.

Perón siempre creyó en ella. Algo había para que fuera la delegada en lugar de cualquier dirigente de esos que lo perseguían y que lo alababan.

La historia es conocida. El avión discreto de 1972. Perón al gobierno y Héctor J. Cámpora al poder por apenas tres meses en 1973. Y de la patria socialista, que imaginaron los Montoneros en su soberbia, a la guerra y a los cadáveres en las calles cuando ganaron poder López Rega y la Triple A. La muerte gobernó al peronismo en aquellos años.

Los récords de Isabelita

No hay inteligencia artificial que pueda penetrar el cerebro de Perón para saber porque la eligió a Isabel como compañera de fórmula el 23 de septiembre de 1973.

Ganaron la elección con el 62% de los votos, una cifra que no igualarían ni Cristina Kirchner ni Javier Milei. 

Claro que los médicos ya le habían dicho a Perón que la cardiopatía isquémica crónica no le iba a permitir llegar vivo al final del mandato.

Eso significaba una sola cosa. Isabelita, como coreaban los muchachos, iba a quedar al frente de la república perdida y de sus despojos.

Gobernó veintiún meses y alcanzó los tres dígitos de inflación, un récord que parecía inalcanzable pero que luego superaron Alfonsín, Menem y Alberto Fernández.

Perón la dejó sola. Luego huyó López Rega, y también los peronistas, los radicales y buena parte de la sociedad argentina la entregó en manos de los militares más siniestros de la historia criolla.

Nunca nadie reivindicó sus récords. Fue la primera presidenta de América Latina. Y también fue la presidenta que más años estuvo presa: cinco en total, sumando los días en la mansión patagónica de El Messidor y la base naval de Azul, entre cuyas paredes se quiso suicidar.

En 1981, los mismos militares que la habían encerrado la dejaron volver a Madrid.

Vivió en el barrio pijo Los Gerónimos, muy cerca del Museo del Prado. Después se mudó al de Hispanoamérica, en Chamartín, para terminar en el chalet de Villafranca.

Alfonsín tuvo el decoro de invitarla a la Argentina cuando volvió la democracia.

La homenajearon y la Justicia le devolvió unos nueve millones de dólares de la causa por corrupción que habían publicitado durante la dictadura. Le alcanzaron. No vive como una millonaria, pero al parecer no le falta nada.

España amó a Eva Perón cuando, en plena pobreza de posguerra en 1947, llevó los granos de la Argentina opulenta para ayudar a la madre patria que sufría.

Con Isabel, en cambio, los españoles siempre fueron indiferentes. La izquierda le reprocha la furia lopezrreguista y la amistad con Franco. La derecha le enrostra el populismo de Perón y, en estos años, la deformación peronista que acabó en el kirchnerismo. El rey Juan Carlos solía saludarla pero su gran amiga fue su hermana, la Infanta Pilar. 

Todo indica que Isabel morirá en la sierra de Guadarrama y en la cárcel insoportable de la indiferencia.

No hay procesiones de apoyo hacia su casa, ni legiones de protesta que quieran hacer pública alguna condena.

Solo un susurro que se apaga. Isabel Perón es la memoria prohibida y todavía el mayor misterio de ese laboratorio del fracaso en el que se ha ido convirtiendo la Argentina.        

Paradojas del país adolescente. Alfonsín, Menem y Kirchner están muertos, pero ella está viva.

Aún entre el silencio y los sonidos apagados del olvido.

La memoria mitológica del peronismo prefiere evitarla y sobre todo las mujeres. En tiempos de revolución feminista, ninguna mujer peronista la reivindica. Cristina jamás la nombró en publico.

El busto de Isabel desapareció de la Casa Rosada y nadie sabe responder donde está.

El peronismo, que ha perdonado a tantos hombres imperfectos, jamás ha tenido piedad con Isabel.

 

 

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