A cuestiones como el terror, el misterio o la ciencia ficción se las suele mirar de costado, como si fueran algo menor. Pero desde sus orígenes han sido de las herramientas más útiles –sea en el cine, la literatura, o donde sea– para hablar del mundo en el que se vive. Para reflejar a través de fantasías e irrealidades las inquietudes, los temores o los puntos menos agradables de las sociedades que preocupan a sus autores.
Exactamente eso pasa en El clon de Tyrone, una de las novedades recientes de Netflix, que a eso le suma bastante humor y entretenimiento, para redondear una película digna de atención, por más que no sea perfecta.
La cosa empieza en un barrio periférico de la ciudad estadounidense de Atlanta: una de las cunas del hip hop, la sede de la CNN y de la Coca-Cola, y una de las pocas grandes ciudades del país norteamericano con mayoría de población negra. Y en el barrio en cuestión están pasando cosas raras. Desapariciones, violencia, personajes peculiares rondando en las calles, productos que se están vendiendo en los comercios locales que generan efectos secundarios bastante estrafalarios. Y encima de todo eso, a Fontaine (John Boyega), uno de los capos criminales de la zona, lo cosen a tiros una noche.
Pero al otro día, Fontaine aparece lo más campante en las calles. El shock es suficiente para que un proxeneta llamado Slick (Jamie Foxx), y una de las prostitutas que regentea, Yo-Yo (Teyonah Parris), decidan reclutarlo y empezar una investigación que los llevará a destapar una conspiración gigantesca, cuyas motivaciones es mejor preservar.
El viaje de este trío por laboratorios secretos, templos y callejones es obra de Juel Taylor, un guionista que acá debuta como director, y al mismo tiempo entretiene y provoca, además de mostrar con claridad sus influencias cinematográficas. Taylor fabrica un remix donde lo viejo se siente nuevo, además de que se aleja un poco del aburrido entretenimiento algorítmico que Netflix suele proveer a sus suscriptores.
El clon de Tyrone juega con la estética y el tono del Blaxploitation, el movimiento de cine de acción y policial que en la década de 1970 distintos realizadores y actores afroamericanos desarrollaron para captar a un público que no se sentía representado por el Hollywood tradicional y blanco, pero también para capitalizarlo económicamente reforzando estereotipos, apelando a la exageración, a las mujeres con poca ropa y a la violencia gratuita. El movimiento influyó a futuros realizadores como Quentin Tarantino (denuncias de apropiación cultural mediante), y para quienes no tengan tan calado el Blaxpliotation pero si la obra del autor de Tiempos violentos, las conexiones serán claras.
La relación en el caso de la película de Netflix no solo está en la trama, sino también en lo estético. El barrio donde sucede todo tiene una apariencia retrofuturista, con autos, prendas y accesorios setentosos, y la película en sí misma tiene un filtro granulado y con las falsas imperfecciones de los viejos proyectores de rollo.
En ese linaje también está otro fenómeno más reciente, pero que hunde raíces en la historia de los géneros nombrados al principio. En los últimos años, se generó una subcorriente dentro del cine estadounidense llamada “terror social”, que tiene como una de sus grandes referentes a la nominada al Oscar ¡Huye!, de Jordan Peele, pero donde también se pueden alinear desde las series Black Mirror o Years and Years hasta la saga La purga o la surcoreana Parásitos.
Esas películas usan recursos de las historias de género para analizar el miedo de ciertos comportamientos sociales, desde la violencia armada hasta el racismo, pero si vamos al caso, también era lo que hacían Los invasores de los usurpadores de cuerpos con el miedo al comunismo en los años 50.
Y eso está también en El clon de Tyrone, con las relaciones raciales estadounidenses y los estereotipos jugando su papel en todo momento, en una historia que también tiene mucho de sátira y parodia, y está cargada de referencias a la cultura pop americana.
A esos destaques visuales y narrativos se le suma un sólido trío protagónico, a los que se suman algunas apariciones sorpresivas una vez que la película avanza. Pero son Foxx, Parris y Boyega quienes cargan con el peso mayor, y los tres lo hacen muy bien, conformando personajes exagerados pero interesantes de seguir en sus desventuras, además de generar un buen contraste entre el recio y atormentado Fontaine y sus dos colegas más desparpajados.
Lo único que le juega en contra a El clon de Tyrone es su propia premisa y el tono que propone, que no siempre se sostiene. Con una duración de poco menos de dos horas, la película se hace algo larga y es despareja en sus tiros de comedia, aunque siempre logra mantener un buen nivel de diversión y entretenimiento. Pero aunque no siempre caiga de pie, corre pareja de principio a fin, con una idea bien ejecutada, que deja unas cuantas reflexiones y planteos lúcidos envueltos en un envase de tiros, insultos y chistes.
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