Gabriel García Márquez
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > LIBROS

En agosto nos vemos: lo nuevo de García Márquez y los dilemas de ir en contra de la voluntad final de un autor

A diez años de su muerte, y aunque el escritor dijo que el libro tenía que ser destruido, sus hijos decidieron lanzarlo en contra de su voluntad
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23 de marzo de 2024 a las 05:05

En vida, la poeta estadounidense Emily Dickinson publicó once textos: diez poemas y una carta. Cuando murió, le pidió a su hermana Lavinia que quemara toda su correspondencia, donde estaban recopilados buena parte de sus poemas inéditos. La hermana cumplió, pero cuando se encontró con una colección de 1800 poemas compilados en cuadernos y hojas sueltas, decidió que no fueran pasto de las llamas. Al contrario, los publicó. Y así Dickinson se convirtió en parte del canon poético del siglo xx.

Ya consagrado con Los detectives salvajes, el autor chileno Roberto Bolaño trabajó en su obra más ambiciosa, 2666, aún sabiendo que estaba a las puertas de la muerte por una enfermedad hepática. Bolaño trabajaba desesperado para terminar el voluminoso texto, que pensaba editar como cinco novelas y así asegurar un ingreso para sus herederos luego de su fallecimiento. Fueron su viuda y su editor quienes decidieron publicarlo como una obra sola: el libro no estaba 100% finalizado, pero estaba cerca de la versión final.

Las obras póstumas en la literatura no son ninguna novedad ni una rareza. Hay ejemplos de todo pelo y color, con amigos, hijos y padres generalmente involucrados en estas decisiones: desde Christopher Tolkien, zurciendo y empastando los manuscritos inconclusos de su padre,  J.R.R. Tolkien, para seguir publicando obras ambientadas en la Tierra Media de su Señor de los Anillos durante décadas, a la madre de John Kennedy Toole encontrando una copia manchada del manuscrito de La conjura de los necios, que movió de editorial en editorial durante años hasta que se publicó más de una década después de la muerte de su hijo.

Pasó con Franz Kafka, incluso con el Diario de Ana Frank o hasta con La novela luminosa del uruguayo Mario Levrero. Y ahora también con Gabriel García Márquez. El lanzamiento a todo bombo de En agosto nos vemos, diez años después de la muerte del colombiano, generó curiosidad, primero, y polémica después, por las implicancias éticas de mostrar al mundo estos textos post mortem, que a veces son lanzamientos opuestos a las voluntades de los autores.

Eso fue, de hecho, lo que pasó con la novedad de García Márquez. Sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha decidieron que En agosto nos vemos salga a la luz pesar de que en vida su padre había dicho que el manuscrito tenía como único destino la basura.

Según se cuenta en las notas del libro, “Gabo” empezó a trabajar en una serie de relatos protagonizados por una mujer de mediana edad, Ana Magdalena Bach, que cada agosto visita la isla donde está enterrada su madre. En una serie de esas visitas comienza a replantearse su apacible vida familiar, y a redescubrir su sexualidad y el deseo cuando se cruza con distintas figuras durante esos paseos.

Si bien revisitó periódicamente ese texto, en un momento decidió guardarlo. En sus últimos años de vida, ya aquejado por la demencia, se limitó a realizarle ajustes mínimos y correcciones junto a su secretaria. Finalmente terminó una versión, la quinta, a la que marcó con la etiqueta “gran OK final”, pero también dijo “esta novela no sirve”.

Poco le importó ese aviso a sus hijos, que en el lanzamiento del libro, realizado en Madrid el pasado 5 de marzo, explicaron que al volver a leerlo cuando el manuscrito se puso a disposición de académicos y estudiosos a través de la Universidad de Texas en Austin, donde está el archivo de García Márquez, se dieron cuenta que el libro era mejor de lo que pensaban, al menos a su entender.

Así lo explicó Rodrigo García en ese momento: “Empezamos a sospechar que, al igual que Gabo perdió la capacidad para escribir, también la perdió para leer. Cuando él decía: ‘este libro no sirve, no tiene sentido, es un desorden’, nos hizo sospechar que él perdió la capacidad para juzgarlo. Si hubiera estado mejor de sus facultades el mismo libro no existiría. Él nunca guardó textos no editados. Todo lo que no terminaba y con lo que no estuviera satisfecho era destruido. El hecho de que no lo hizo con este también es un síntoma de que se le volvió una cosa un poquito indescifrable. Un Gabo totalmente en sus cabales o lo hubiera terminado o seguido puliendo y trabajando, o destruido para que no hubiera ningún resto. Teniendo en cuenta que decía que no funcionaba, pero no lo destruyó, nuestra impresión de que dejó de poder juzgarlo y de que a nosotros nos gustaba nos fue animando a pensar en publicarlo”.

Ese toque de ambigüedad también está presente en el libro terminado. Leer En agosto nos vemos significa meterse en una historia cerrada y con pies y cabeza, pero que termina resultando la promesa de algo más. De algo mejor. No solo por su extensión, sino porque se siente que García Márquez tenía una dirección a la que apuntaba, pero no llegó a destino. No agrega ni una joya ni mucho menos una obra maestra a su bibliografía, es más bien una rareza para coleccionistas, o un traguito ligero que pasa por algunos lugares conocidos.

Que el resultado sea ese no es tan sorpresivo al conocer los entretelones de la publicación y del estado del original. Gonzalo García explicó que “el texto es integral. No hay ningún episodio que se haya omitido, ni se ha agregado absolutamente nada que no estuviera en los múltiples originales que dejó Gabo. No se ha hecho un trabajo de edición hasta el punto de tener que sumarle frases”.

El hijo del escritor agregó que “la novela estaba acaso un poco dispersa en un número determinado de originales, pero completa, y eso ha sido para nosotros muy importante”, señalando que Cristóbal Pera, editor de algunos de los últimos libros que García Márquez publicó en vida, hizo un trabajo de arqueología para recolectar las versiones y conformar con partes de cada uno el manuscrito final.

En tanto, su hermano aclaró en el lanzamiento de la novela que En agosto nos vemos no estaba “totalmente terminada” ni “tan pulida como sus más grandes libros, pero tiene muchas de las características suyas sobresalientes: una prosa preciosa, el conocimiento del ser humano, un poder de descripción, la creación de un personaje”.

Ahí entran varias preguntas en juego: ¿es correcto ir en contra de estos deseos del autor? ¿Hay necesidad de saquear los cajones y los archivos solamente para contentar a editoriales en busca de éxitos, a fanáticos o a los bolsillos de los beneficiarios?

Lógicamente hay voces con argumentos a favor y en contra. Hay casos donde esas publicaciones póstumas sirvieron para descubrir autores hoy esenciales o agregaron a la catálogo de escritores destacados nuevas gemas. Hay otros donde el aporte es más dudoso, y donde hay razones para pensar que las motivaciones son más espurias.

La escritora uruguaya Mercedes Rosende fue una de las que cuestionó la edición de En agosto nos vemos. En su cuenta de la red social X escribió: “Me parece tristísimo publicar la novela desechada por García Márquez, lamentable armar un pastiche de lo que eran capítulos dispersos, deplorable ponerle ese título berreta. Eludir su voluntad y vender su reputación por 30 monedas”.

La pregunta y los cuestionamientos de Rosende puede ampliarse a otras ramas del arte, sobre todo a la música, que desde que hay una industria a su alrededor ha rescatado hasta el pedazo más insignificante de obra inconclusa, le ha hecho chapa y pintura, y lo lanzó.

Sin ir más lejos, referirse al caso reciente de Now and Then, presentada como “la canción final” de los Beatles, hecha con retazos dejados atrás por John Lennon y George Harrison, y terminada gracias a herramientas de inteligencia artificial, además del aporte de los miembros vivos de la banda, Paul McCartney y Ringo Starr.

Si se quiere mirar este tipo de casos con un lente benévolo y optimista, la obra póstuma de autores consagrados es un regalo para sus legiones de fanáticos y admiradores, una forma de completar su bibliografía, y de dar una conclusión a su obra, cerrando todos los cabos sueltos que hayan quedado para así tampoco dar lugar a posibles disputas por herencias y demás.

Si lo vemos desde el otro lado, con un poco más de malicia, el objetivo es seguir lucrando con una marca exitosa y que será un “gol asegurado”. Solo basta ver la atención que generaron lanzamientos como Now and then o En agosto nos vemos, que además tuvo un lanzamiento en diferentes idiomas y en simultáneo en todo el mundo, algo poco común en esta época.

También funciona para mantener el interés vivo en el resto del catálogo y en las figuras de estos artistas. En el caso de García Márquez este lanzamiento funciona como anticipo de la serie que prepara Netflix sobre Cien años de soledad, o la ficción sobre la vida de Carmen Balcells, la histórica editora de los autores del boom latinoamericano, en la que García Márquez será un personaje clave.

Y en el caso del escritor colombiano, hasta se puede señalar que hay una búsqueda de acercarlo a nuevas sensibilidades culturales, y hasta de mostrar una faceta diferente de su obra. En sus notas al final de la novela, el editor Cristóbal Pera destaca que la temática del romance en la madurez, y con una protagonista mujer, era algo nuevo para García Márquez.

En esa línea, sus hijos destacaron el costado “feminista” de esta obra.  “Nos gustaba mucho que fuera este personaje femenino una historia tan feminista, nos parecía que hacía un muy buen trío con sus últimas novelas cortas Del amor y otros demonios y Memorias de mis putas tristes. Era como una coda muy interesante que funcionaba con los demás”, dijo  Rodrigo García Barcha.

Con esos argumentos a favor y en contra de estas publicaciones, quizás el más potente sea aquella frase que dice que los muertos no se pueden defender. En una nota sobre los lanzamientos musicales póstumos para la revista The New Yorker, el periodista Sheldon Pearce señala que “sin importar que decisiones tomen los otros, solamente pueden aproximarse a la voluntad del artista. Cuando está vivo, el artista puede ser responsable de las decisiones tomadas, o al menos, hacer que responda por ellas. Ninguna obra póstuma puede cumplir las intenciones o ambiciones de un artista fallecido. Siempre tendrá algo de vacío. Pero dadas las circunstancias en las que son realizadas, tal vez eso sea lo más adecuado, un recordatorio constante de la presencia irremplazable que se necesita para llenar esos espacios”.

Y en definitiva, la respuesta siempre va a ser caso a caso. Hay obras póstumas que “debían” ser publicadas, y otras que capaz era mejor dejarlas donde estaban. Y el juicio final siempre lo tiene la audiencia. De hecho, así lo dijo Rodrigo García Barcha. “Mi padre siempre dijo ‘cuando esté muerto hagan lo que quieran’. Entonces, eso nos ayuda para dormir mejor. Finalmente, serán los lectores los que decidirán”.

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