Camila Sosa Villada

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Camila Sosa Villada: "No quiero que se piense que escribir te puede salvar de algo, ningún trauma se cura escribiendo"

La escritora, una de las más leídas de la región, pasó por Montevideo y se presentó en el marco de La noche de las librerías
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11 de noviembre de 2023 a las 08:34

Camila Sosa Villada no tenía planeado pasar demasiados días en Montevideo y su agenda era apretada, pero alguien igual se animó: se enteró de su llegada por La noche de las librerías y la invitó a su casamiento. Ella, claro, se excusó y agradeció el gesto, pero igual se sorprendió. Hay cosas de la popularidad masiva que todavía la desencajan.

Porque si bien el éxito de su novela Las malas —qué digo éxito: la bomba atómica literaria que fue y que arrasó con todo— va quedando atrás y el 2019 de su publicación empieza a ser de a poco lejano, su nombre sigue encendiéndose como un farol que atrae a sus lectores como luciérnagas. Sucede, un poco, por su personalidad, esa forma arrolladora de ser, por esa historia de resiliencia y victoria, la defensa que hace de su mundo travesti —ella prefiere esa palabra a la más actualizada trans—, por la entrega que da cada vez que se la entrevista. Pero también, y no es menor sino central, por su literatura. Los cuentos de Soy una tonta por quererte, el ensayo de El viaje inútil, los poemas de La novia de Sandro y, de forma más reciente, la novela Tesis sobre una domesticación; todas estas obras contribuyeron a cimentar su figura en los últimos años y la terminaron de erigir como una especie de gran supernova latinoamericana que parece no tener fronteras y que ya ha sido archi legitimada por la crítica —los premios le llueven— y los lectores —las reediciones, en sus propias palabras, la han llenado de dinero—.

Sosa Villada (41) pasó como un vendaval por la capital uruguaya y participó de La noche de las librerías este viernes. La entrevistaron en vivo en Escaramuza y leyó en La Lupa. El centro fue su último libro, el mencionado Tesis sobre una domesticación, una reescritura casi total de una novela del 2019, pero habló de muchas más cosas. Como también lo hace a continuación, en este resumen de una larga charla que mantuvo con El Observador entre dos paréntesis que permitió su visita.

Camila Sosa Villada

Uno de tus últimas publicaciones en Twitter dice: “Con esta visita a Montevideo se termina mi ronda de viajes, firmas, prensa, madrugadas sola en un aeropuerto molestando amigos por whatsapp y esta sensación de que una no pertenece a este mundo literario. Uruguay. Por los finales.” Ya pasaron varios años de tu explosión con Las malas. ¿Todavía te sentís ajena al mundo literario? 

Sí, pero me siento siempre ajena a cualquier lugar, y es una sensación que tengo desde chica. De no pertenecer a ningún grupo. En el teatro me pasaba lo mismo, en el cine también. Me pasa con absolutamente todas las cosas que he hecho, incluso cuando estoy en pareja pienso "qué hago acá, si no nací para esto". Soy como una loba esteparia, y ya no sé si voy a poder desaprender esa costumbre.

Al margen de sentirte ajena a él, ¿cómo cambiaron tus dinámicas de vida?

Mi problema son los viajes. No me gusta dejar mi casa, mis plantas, estar lejos de mis viejos, me empiezo a perseguir con que me va a pasar algo, me trastornan los aeropuertos. Y está la soledad. Viajar sola, estar en las esperas y en las conexiones sola, no me gusta. Soy tímida y todas esas horas me pesan muchísimo. Los viajes fueron una señal de que había algo que no me gustaba de este mundo. Tampoco sé recibir ni lo bueno ni lo malo que me llega de los lectores o de la gente en general. Hay algo que no sé cómo se aloja o cómo se deja pasar, sea un halago o una cachetada. Y después la popularidad supongo que me superó un poco, que me quedó grande.

¿En esas horas de soledad hay tiempos de escritura?

Sí, eso siempre fue así. Puedo estar en la cola del banco y estar escribiendo.

No necesitás setear el momento de escritura.

Para nada. No tengo una rutina. Escribo cuando tengo ganas o cuando se me viene algo a la cabeza. Después de haber leído a Joan Didion agarré la costumbre de tener siempre un cuadernito y tomo notas. Pero es lo máximo que puedo hacer. 

No entra la escritura forzada.

No. Bueno, si estoy editando un libro y tengo una fecha de entrega me puedo poner más rigurosa.

¿Como en el caso de El viaje inútil?

Sí. En realidad, todos mis libros fueron pedidos. Nunca me presenté a un editor para ver si podía publicar. Estoy limpia de eso. No es que hice talleres, me quise codear con escritores o tuve intención de publicar. Todos los libros fueron invitaciones a las que accedí porque me interesaba. Y en un momento estaba metida en ese berenjenal y ya no podía escapar. 

De hecho, Juan Forn te viene a buscar para editar Las malas, ¿no?

Sí, todos me vinieron a buscar. Lo que pasa es que tengo muchas cosas escritas ya. Que no me presente ante un editor no significa que la escritura no exista en mi vida si no es exclusivamente para publicar. Escribo desde que aprendí a escribir, pero es cuando me preguntan si me gustaría publicar algo que reviso lo que tengo y veo si interesa.

En el mensaje de Twitter decías "Por los finales". ¿Qué representan para vos?

Me gustan las cosas que se terminan. Lo que perdura mucho tiempo termina humedeciéndose, arruinándose, envejeciendo mal. Yo soy amiga de los finales, incluso de los románticos y de las amistades. Me reconcilié con la idea de que las cosas se terminan, que los muebles se rompen, que las copas se quiebran. No tengo ningún problema con eso y además me resulta aliviador. Cuando llego al final en algo siento una liviandad... El Hagakure, que era el código de los samurais, dice algo muy bonito que es "piensa en tu muerte cada mañana y no temerás morir". Eso me alivia. Pensar que todo se termina.

En el 2019 se publica Las malas y la primera versión de Tesis sobre una domesticación. Mientras una presenta un entorno más complejo y duro de la vida de las travestis, la otra eleva el nivel socioeconómico de sus personajes y se ubica en la otra punta del espectro. ¿Cómo creés que se complementan esas dos novelas tan vinculadas, además, a tu propia experiencia?

La editora de la primera edición decía que Tesis podía leerse como una continuación de Las malas, si en lugar de ser actriz la protagonista fuera escritora. Para mí fue una contestación. Me contesté a mí misma, pero también a cierta miserabilidad de parte de los lectores y de la crítica que hacían muchísimo hincapié en la miseria, algo que seguía siendo una forma de acorralamiento a las travestis. También fue una respuesta a lo salvaje, a cómo hay cosas que continúan sin domesticarse, como pasa con el amor. Lo pienso ahora y Tesis fue como un oráculo, porque crecí mucho económicamente con Las malas y de alguna manera me vi metida en otra clase social con responsabilidades muy distintas de las que tuve siempre. Las malas salió en marzo de 2019 y tuvo su segunda edición en abril. Yo iba a mi trabajo en una radio en bicicleta ocho kilómetros de ida y otros ocho de vuelta, la tipa que me vendía el café en la cantina era transfóbica, el que me daba el cheque y el jefe de operadores también. Mis compañeros no, pero igual estaba todo el tiempo en territorio enemigo en esa radio. Los oyentes, ante cada cosa que decía, pedían que renunciara. Era muy hostil. Mientras, daba clases de actuación, estaba con una obra, escribía El viaje inútil y también columnas para el diario. Estaba muy cansada y llegó un momento en que no lo soportaba más, estaba harta, y ahí fue cuando me llegó el mail de la primera liquidación de Las malas. Al aire. Me fijé cuánto dinero era, saqué la cuenta cuántos meses de laburo en la radio eran, y grité "renuncio". Guardé mis cosas y me fui. Y algo del estatus económico que se modificó fue para mí un tema para esta novela. Con la reescritura y cuando estallé, con agente, traducciones, cobrando en dólares, tenía muchísima más sustancia para darle al libro. Y sí: fue una contestación a esa forma miserable de leernos a las travestis, que no es más que seguir acorralándonos en el hambre, la prostitución, en la pobreza. Me las cobré todas con Tesis.

Una de las cosas que llama la atención en tus entrevistas es que no tenés problemas en hablar de plata. No suele ser común en ningún rubro "ventilar" cuánto se cobra por los trabajos, menos en el arte.

Es que la relación con el dinero es erótica, casi sexual, y se habla con la misma mojigatería del dinero que del sexo. Hay que empezar a hablarlo. Yo soy un poco fanfarrona con el dinero, me jacto de eso, y me gusta porque me pasé toda la vida remendándome las bombachas. Entonces la opulencia me gusta. Me gusta no tener que pensar cuánto saldrá algo, si puedo pagarlo o no, y vengo de una familia de gente pobre, y fui pobre hasta hace tres años. Así que me alivia mucho la soltura que tengo hoy, de la lengua y de la mano. El dinero es un poder y una energía que tiene que estar a disposición de una. No una a disposición del dinero.

Camila Sosa Villada

Hablando de poder y energía, Tesis te dio la posibilidad de explorar lo que sucede con una actriz en el escenario. ¿Cómo trabajaste ese aspecto que además tiene tanta importancia en tu historia de vida?

Con la reescritura de la novela sucedió que empecé a filmar su adaptación en enero de este año, y eran los momentos que tenía libre cuando corregía la versión anterior. Entendí, mientras filmaba, lo que les hacen a las actrices, y por qué soportan el maltrato de los directores, que es histórico. Me acuerdo de mis amigas actrices y de las humillaciones a las que las sometían y lo silenciado que está eso, lo naturalizada que está la violencia sobre el cuerpo de las mujeres, que no es la misma que sobre el cuerpo de los actores. Eso sí quería contarlo. Pero no tenía que ver con el oficio, sino más bien con el trato. 

¿Cuándo estuviste más más desnuda? ¿En la escritura o en el escenario?

Pensando en la escritura, en Tesis. Y después en la primera obra que hice, Carnes tolendas, que terminaba con un desnudo mío. Era el año 2009. Ahí fue donde más desnuda me sentí.

¿Desde el punto de vista emocional también?

No, estoy siendo completamente literal. Me desnudaba así (abre los brazos), tenía como una tela y la gente veía el cuerpo de esa trava en pelotas y se apagaba la luz. Y terminaba la obra. Pero también emocionalmente era fuerte porque hacía los personajes de mis padres, gente del pueblo donde me crie. Tenía mucha carga emocional. Sobre todo pensando que era muy chica, y que en ese momento me prostituía. Había noches que me iba directamente sin dormir al ensayo. La directora me pasaba a buscar y me compraba un Gatorade y unas facturas para que tuviera fuerzas. Me conmueve mucho recordar lo chica que éramos, lo inexpertas, lo poco que sabíamos del teatro, de todo, y sin embargo hicimos ese exitazo. Me cambió la vida para siempre. Y después llegó Las malas.

Hace un tiempo en entrevista con Julio Leiva en Caja negra decías que el éxito del 2019 te había permitido tomarte en serio como artista. ¿Ese proceso qué implicó? 

Ah sí, pero ya no me tomo en serio, ¿eh? Fue una estupidez que dije ahí, pero ya no me siento así.

¿No te tomás en serio ya?

No.

¿Por qué?

Por una postura frente a lo serio, en primer lugar. Y después, qué se yo. Es deslumbrante ascender en la escala social. De repente me invitaban a un evento en Buenos Aires, y entonces mi editora me llevaba a cenar y me podía pedir lo que quisiera. Y podía comer ostras, algo que no estaba hecho para mi paladar, un sabor que se suponía que nunca podía llegar a probar, y que incluso hasta sería una falta de respeto que una negra como yo se metiera una ostra a la boca, y me parecía una cosa alucinante. Realmente fue deslumbrante la posibilidad de tocar cosas que durante muchos años miré desde la otra esquina mientras esperaba un cliente. Eso me hizo sentir que había llegado a algún lugar, pero no por el oficio. Sigue teniendo que ver con el dinero. O el éxito.

En El viaje inútil contás que tu padre le enseña a escribir y decís “Él me prepara para vivir”. ¿Qué rol juega la escritura en ese sentido?

No creo que escribir ayude. Y no quiero que se piense que escribir te puede salvar de algo. Que una mina que fue abusada en su infancia y que de repente escribe sobre eso piense que se puede llegar a hacer justicia a través de la escritura, o que se puede llegar a sanar ahí. Ningún trauma se cura escribiendo. Es una actividad completamente inútil, sin sentido, un oficio que no tiene ni pies ni cabeza, y que a la vez no se puede dejar. Porque sabés que escribir es lo que viniste a hacer a este mundo. Su inutilidad me parece lo más valioso, lo más encomiable que tiene la escritura.

Pero a pesar de su inutilidad te sigue capturando.

Sí, porque es inevitable, porque no se sabe de dónde viene ese deseo. Mis viejos siempre estuvieron ocupados el uno del otro, me desoían, y la única forma de poder comunicarme era escribiendo. Ponele que eso sea la raíz de algo. Pero es inevitable. Yo no puedo no escribir. Y escribir es también pasarse horas evitando escribir, es dando vueltas alrededor de la mesa, emborrachándote, borrando cosas, corrigiendo, volviendo a cero y dándote cuenta de que todo es un horror.

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En ese libro también contás que si la escritura es hija de tu padre, la lectura lo es de tu madre. ¿Qué espacio le dedicás hoy?

Leer es lo mejor que le puede pasar a un ser humano. Leer y ver películas. Tener un libro a mano, una película a disposición. 

¿Encontrás tiempo para eso?

Sí, lo busco. Leo mucho en el baño. Me siento en el inodoro y me quedo horas. Leo mucho en los viajes. Y veo mucho cine, muchas películas. Las veo treinta o cuarenta veces, hay diálogos n que me los sé de memoria. Del viejo Almodóvar, de Visconti, de Cassavetes. Las pongo cuando estoy limpiando incluso, como si fueran un disco. Y de nuevo, leer es lo mejor que le puede pasar a una persona. Y vengo de una familia de abuelos analfabetos que firmaban con una cruz. Para mí es un orgullo saber leer. Leo hasta por ellos, te diría.

Adaptaste Tesis sobre una domesticación al cine. ¿Cómo fue ese proceso de trabajo donde fuiste guionista, productora, actriz?

Me gusta tanto ese personaje, se parece tanto a mí, que soy tan narcisista, tan estúpida, que me parecía alucinante para actuarlo. Pero al principio no lo quería hacer, sinceramente. Cuando me acosaron para que lo hiciera solo estar como guionista. Me parecía una buena oportunidad para que hubiera una guionista trans, otra actriz trans, y así. Pero el director y los productores creyeron que tenía que hacerlo yo. Y en un momento apareció el actor Poncho Herrera, flasheé que iba a terminar de novia con él, que iba a terminar en las revistas como la misteriosa novia trans de Poncho Herrera, y dije "bueno, dale". Una vez que empezamos las pruebas de vestuario pensé que la cosa no iba a terminar bien. Yo estaba en todas las escenas, y eso fue muy agotador. También me resultó agotador el maltrato a las actrices, no podía soportarlo. El cine está bastante podrido, necesita curarse, está muy sucio y sigue teniendo vicios de los primeros grandes estudios de Hollywood, que se dedicaban a volver loca a las actrices. Eso sigue pasando ahora. Y ni hablar de los egos. Pero hice algo muy inteligente, y lo veo ahora, que fue estar al lado del director dirigiendo desde adentro, porque era la que más sabía del personaje. Muchas veces discutí fuerte, diciendo "mirá, el libro lo escribí yo, así que la que tiene razón soy yo". Y ahí se les empezaba a achicar el pitito a todos. 

Esa postura frente a las costumbres del cine también las tiene el personaje de Tesis, que tiene un momento en el que carga contra la industria y sus prácticas.

Sí. Yo terminé con ataques de pánico abajo de una mesa. Sentía que me moría, y la vestuarista me hacía masajes y decía "Camila, tenés pulso, color, no te va a pasar nada". Fue una experiencia fuerte. Hace 13 años que no filmaba. Y lo hice porque me invitaron a hacerlo, no me presenté a un casting. Obvio: acepté, pero no es que lo estaba buscando desesperada. Se supone que si te están invitando te tienen que tratar mejor, hacerte sentir mejor. Y encima era la que había escrito el libro. Había sesenta personas en el set. Sesenta personas que estaban cobrando a partir de una idea mía. Lo que sí fue muy placentero fue el trabajo con los otros tres actores.

¿Cómo es el camino de la película ahora?

No sé a qué festivales van a mandarla, por lo que dicen querían mandarla a San Sebastián o Berlín, y a partir de ahí ver qué sucede. Pero no lo sé.

No es una película de plataformas.

No, no. De hecho costó mucho porque queríamos hacer una película como las que se hacían antes. Porque además las plataformas están arruinando el cine. A la lectura también. Lo hace el ritmo que están proponiendo, eso de que todo el tiempo tiene que estar pasando algo y que el espectador nunca puede distraerse un segundo. Para nosotros las posibilidades eran hacerla con una productora pequeña, ganar menos dinero pero tener el control, o venderla a Amazon y que me paguen un troncho de dólares, pero ver cómo se arruina. Le pasó a un montón de escritoras. Tengo otras amigas colegas que sufren porque les están haciendo desastres con las adaptaciones al cine que les hacen.

Camila Sosa Villada

Justo estamos en una temporada de muchos estrenos y proyectos en desarrollo vinculados a la literatura latinoamericana.

Porque no tienen ideas, porque el cine está enfermo y nadie lo está viendo. Incluso pasa con los popes del cine que nos han hecho creer en un mundo mejor, como Almodóvar. Es verlo hacer La voz humana y sentir que no pasó nada. ¿Dónde quedó todo eso que hiciste, esas ideas del pasado? Y como a la industria no se le ocurre nada va por los escritores, que tampoco somos un faro de creatividad, ¿eh? Y llegan por detrás para ver si pueden adaptarte todo. A mí me han pedido adaptar El viaje inútil. ¿Qué querés inventar? No tienen ideas, tienen una crisis de creatividad muy grande.

Es recurrente encontrar el rótulo de "estrella literaria" junto a tu nombre. ¿Lo sos?

(Se ríe) Bueno, qué se yo. Tengo una manera de ser muy distinta a las de las demás escritoras, que son más solapadas, más discretas, se visten de otra forma, provienen de otras regiones. Yo soy más rimbombante, como una comparsa, y eso llama la atención. También tengo aires que me doy, si no me gusta algo lo digo. No soy capaz de callarme, entonces dicen "se hace la diva". Pero sí, cuando me presento a algún lugar va muchísima gente. Puedo firmar 300 libros como si nada en una sola presentación. Pero no sé. También lo dicen de la Enriquez, dicen que es una estrella de rock, aunque yo creo que tengo más rock que ella. Ella ya no se droga.

Mencionaste a Joan Didion, es la foto de portada de tu cuenta de Twitter...

Y en el Día de muertos la puse en mi altar.

¿Qué significa ella para vos?

Mirá, hablé pestes de las plataformas y tengo que admitir que a la Didion la conocí por su documental de Netflix. Me marcó cómo contaba que se presentó en la primera columna que escribió. Ella decía: "Estoy en Honolulu, en tal hotel, viendo como los vientos alisios hacen que las cortinas se embolsen, estamos con mi hija, mi marido, y estamos acá porque no nos atrevemos a pedirnos el divorcio". Y le preguntan "¿qué sintió tu marido cuando lo leyó?". "No", dice ella, "él lo editó". Ella decía que no habían hecho ningún pacto para escribir del otro, sino que simplemente usaban lo que tenían a mano. Y durante mucho tiempo, cuando salió Las malas, y después Soy una tonta por quererte, las preguntas siempre eran cuánto de verdad había en esos libros, y era un concepto con el que me había peleado mucho durante mucho tiempo. Quería que me dejaran inventar. 

Es que sobre la ficción pesa cierta desconfianza.

Sí. También hay un montón de frases vinculadas a la literatura del yo que, la verdad, con esas categorías no me llevo. Pero la Didion me reconcilió con la idea de que esto es lo que tengo para escribir. Puede ser mucho, puede ser poco, pero es como es. Es lo que escribo y al que le gusta bien, y al que no también. 

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