Fernando Cabrera es hoy uno de los artistas más prestigiosos y respetados de la canción rioplatense. Citado como modelo e influencia por músicos tan disimiles como Jorge Drexler, Fito Páez, Gustavo Cordera o Kevin Johansen, sus discos y sus conciertos son esperados y consumidos en Uruguay y Argentina por un público que no ha dejado de crecer; especialmente desde el inicio del nuevo siglo. Este crecimiento no se dio de la noche a la mañana; cuando en 2003 la edición argentina de la revista Rolling Stone lo eligió como mejor solista internacional del año, el músico llevaba ya un cuarto de siglo de carrera musical y había editado una decena de discos.
Uno de esos discos, que fue un punto de quiebre en su carrera (aunque no muchos lo apreciaran en su momento) y sigue siendo uno de los mojones más altos de su obra, está cumpliendo 30 años en este 2019.
La carrera musical de Fernando Cabrera había comenzado a fines de la década de 1970. Alentado por su compañero de la Escuela Universitaria de Música Jorge Lazaroff quien ya integraba Los que iban cantando, Cabrera, sin dejar su primer vocación de músico académico y arreglador se decidió a combinar su faceta de poeta con la de guitarrista y compositor, largándose a hacer canciones. Con la guía de Los que iban cantando armó un trío de cantautores con Daniel Magnone y Pacho Martínez, bautizado MonTRESvideo, con quienes editaría un disco en 1981. Dos años más tarde sorprendió a varios al presentar un sonido mucho más pop y roquero con su banda Baldío, que lanzaría un único álbum en 1983. Apenas un año después se largó como solista presentando el seminal y ecléctico El viento en la cara. Su sonido se hizo más explícitamente roquero en sus siguientes discos Autoblues (1985) y Buzos Azules (1986).
En 1987 volvió a sorprender al armar un dúo con Eduardo Mateo, ya entonces una figura mítica de la música uruguaya, pero que a primera vista parecía muy alejado del universo musical de Cabrera. El dúo realizó un largo ciclo de recitales que culminó con un disco en vivo, editado ese mismo año.
Luego de esa experiencia, Cabrera dejó Uruguay por un año y medio y se radicó en Bolivia. Volvió al país en 1989, con un grupo de nuevas canciones bajo el brazo
La etapa boliviana de Cabrera es muy poco conocida. “Fue una época muy estimulante y de mucha actividad, como guitarrista acompañante, como arreglador y como intérprete de lo mío, a veces solo con guitarra y también con una banda que formé con chilenos, peruanos y bolivianos, todos provenientes de la movida jazzística de La Paz”- cuenta hoy Cabrera. “En medio de todo eso más algunos viajes, yo seguía componiendo canciones nuevas. Disponía de una habitación muy cómoda con instrumentos y grabador en la casa de Emma Junaro, cantante y amiga con quien trabajaba. Ahí fui haciendo varios temas a lo largo del ’88: El tiempo está después, La garra del corazón, Copiando la lluvia, Saber, Los viajantes, Hay pájaros, y algún otro. También empecé La casa de al lado, que terminaría para el disco siguiente, Fines. Cuando volví a Uruguay el 1º de enero del ’89 hice alguna más: Punto muerto, Iluminada, y sumé Imposibles que era del ’87 más Vidalita fea que de hecho es mi primer canción, tal vez de 1976. No desarrollé expectativas especiales, era simplemente un grupo de canciones nuevas”.
El tiempo está después, el disco que Cabrera editaría en 1989 con esas canciones, significaría un hito fundamental en una carrera que venía destacándose (y seguiría haciéndolo) por los cambios constantes.
“Siempre me interesó más ofrecer un color nuevo, que repetir o clonar algo ya existente”- cuenta Cabrera. “En el primer disco que grabé, el del trío MonTresvideo, ya teníamos el deseo de desmarcarnos, de ser nosotros. En el segundo con Baldío, también. Cuando comencé a ser solista en 1984 con El viento en la cara, lo mismo. Después en Autoblues y en Buzos azules integré más francamente elementos del rock, pero luego vino Mateo & Cabrera, que fue un dúo semi-acústico. Y cuando llegó El tiempo está después quise mezclar todo ese pasado con algunos timbres provenientes de la orquesta de cámara. Algo que luego profundicé en el disco siguiente, Fines, de 1992”.
Una parte importante de lo que es “el sonido Cabrera” se desarrolla en este álbum de muy breve duración (12 canciones en apenas 28 minutos). Por ejemplo, el virtuosismo minimalista en la guitarra, que más que tocar ciertas notas las sugiere y la particular técnica y tímbrica de la guitarra eléctrica usada para tocar ritmos y géneros tradicionalmente acústicos. También los arreglos musicales con toques jazzísticos en un contexto bien lejano al del jazz y las percusiones liberadas de la estructura pop comenzaron a desarrollarse en este álbum. Cabrera amplió su paleta sonora al incluir arreglos de cuerdas (violín y violonchelo) y vientos (saxo, oboe y corno). También arreglos corales en varias canciones.
Como compositor estaba viviendo un momento riquísimo. Hay temas que se transformarían en clásicos de su repertorio como el que da nombre al disco: una descripción preciosa del barrio montevideano del Prado que se transforma en una reflexión muy abierta sobre el paso el tiempo y los afectos, con imágenes bellísimas y una melodía inolvidable.
“La garra del corazón”, otra de sus canciones emblemáticas, mezcla su amor por el tango con las influencias de Eduardo Mateo, logrando un tema que lleva el sello Cabrera: melancolía, emoción, el paisaje barrial de la niñez mezclado con reflexiones filosóficas, tango, bossa nova, candombe y minimalismo.
La presencia de Eduardo Mateo, que se ocupa de las percusiones del disco, es muy fuerte en todo el álbum. Hay canciones como Punto muerto o Imposibles que parecen una traducción cabreriana de las experimentaciones de Mateo con el ritmo el candombe.
Aunque Cabrera no lo sintió en su momento hoy se da cuenta que El tiempo está después fue un disco especial. “No es un disco más. Yo estaba, sin saberlo, en un pico de mi capacidad” –dice en 2019.
Por más que ya había hecho canciones y álbumes excelentes -y los seguiría haciendo a lo largo de su carrera- quizá fue aquí donde mejor combinó y resumió las muy variadas vetas de su música, haciendo que El tiempo está después siga siendo, 30 años más tarde, una puerta de entrada ideal a su mundo artístico.
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