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Los piscinazos tienen premio

Un estudio minucioso de las caídas de los jugadores de fútbol y de las decisiones arbitrales muestra que es rentable "hacer teatro"
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18 de marzo de 2013 a las 11:47


VIDEO | Luis Suárez festejó un gol contra el Everton fingiendo una falta frente al banco del clásico rival del Liverpool, tomándose con humor las acusaciones de que hacía teatro


Antes de Mourinho y Messi, de Pepe y Alves, de Busquets y Cristiano, el teatro ya existía en el fútbol. Porque la actuación forma parte de este juego. El fútbol no es el rugby, sino un deporte en el que, como en las disciplinas de trampolín, caer bien tiene premio. Fingir es inherente al fútbol hasta tal punto que fue el objetivo que escogió un grupo de biólogos, especializados en la comunicación entre animales, cuando quisieron saber más sobre los mecanismos del engaño. Consideraron que los estadios son el laboratorio idóneo para examinar en detalle estas tretas. Pocos sitios como el césped permiten observar con tanta facilidad si alguien está tratando de estafar a los demás. Seguro que en su trabajo hay personas que también causan problemas, pero no lo hacen en medio de un prado y ante 40 cámaras de alta definición.

El estudio que realizaron en 2011 investigadores de la Universidad de Queensland (Australia), analizando 60 partidos de las cinco mejores ligas europeas y la australiana, condujo a una conclusión tan evidente que sonroja: se tiran porque funciona. Los jugadores hacen teatro porque obtienen oportunos premios y escasos castigos. Estos científicos analizaron las 2.803 caídas que se registraron en esos encuentros, de las que 169 fueron piscinazos indiscutibles. Puede parecer poco: de todas las costaladas de un partido, solo el 6% son simuladas. Pero véanlo así: el árbitro se enfrenta a tres engaños por partido, según los datos de los investigadores. Y lo que es peor: ninguno de los 169 chapuzones fingidos se llevó su merecida tarjeta. Ninguno.

Mala suerte o casualidad, pensarán, que todos hemos visto a jugadores amonestados por tirarse, incluso expulsados, como le ocurrió hace poco a Fernando Torres frente al Manchester United. Pero, ¿cuántas veces hemos visto a un tramposo salirse con la suya? Leipzig, Mundial de 2006. Italia marca en el minuto 94 del partido de octavos gracias a Grosso, que supo aflojar las piernas en el área australiana al sentir a su rival. Se tiró, Medina Cantalejo le regaló el penal y Totti decretó la clasificación.



VIDEO | El piscinazo que allanó a Italia el camino hacia el título en el Mundial 2006


Quince días después, Cannavaro alzaba eufórico la Copa del Mundo en el Estadio Olímpico de Berlín. Ahora, convenzan a Grosso de que no debió hacerlo y a los jóvenes italianos que lo vieron de que ese no es el camino. Los jugadores ponen en la balanza el potencial premio frente al potencial castigo y no lo dudan, como describe este estudio y otros anteriores sobre la honestidad en la conducta humana. No les castiga ni su afición, ni su equipo, ni siquiera el árbitro, que está para eso. Y el premio es bastante más asequible de lo que debiera.

Los "teatreros" solo se cortan cerca de su área


El examen riguroso de los científicos, publicado en PLoS ONE, no deja en buen lugar a los jueces de la cancha: no castigaron nunca el teatro, lo premiaron en el 33% de los casos (pitando falta o penal) y generalmente se equivocaron por estar lejos de la jugada conflictiva. Como es lógico, los investigadores comprobaron que los futbolistas se tiran menos en las ligas donde más tarjetas reciben los saltimbanquis. Y se tiran más donde más faltas les pitan a favor. Por eso, los jugadores solo se cortan donde el coste-beneficio es más peliagudo: cerca de su propia área, donde podrían encajar un gol si les sale mal la jugarreta. Como es natural, según el estudio, a medida que se acercan al arco contrario se multiplican los candidatos para los Goya.
Si los jugadores fingen demasiadas veces, existe la posibilidad de que no reaccionemos cuando sea necesario. Si aumentan las críticas por detener demasiado el juego para que los médicos entren al campo, los árbitros podrían sentirse inclinados a no interrumpir los partidos”, dijo el reconocido árbitro Howard Webb

Una película que puede acabar en tragedia, según advierte el reconocido árbitro Howard Webb, a quien le preocupa que demasiadas lágrimas de cocodrilo acaben como el cuento de Pedro y el lobo en casos de lesiones graves o desfallecimientos súbitos. “Si los jugadores fingen demasiadas veces, existe la posibilidad de que no reaccionemos cuando sea necesario. Si aumentan las críticas por detener demasiado el juego para que los médicos entren al campo, los árbitros podrían sentirse inclinados a no interrumpir los partidos”, aseguró el colegiado británico poco después de que Fabrice Muamba, desplomado por un fallo cardíaco, salvara la vida en un encuentro que él arbitraba gracias a la rápida reacción de todos. Desde este punto de vista, la teoría de Webb es sobresaliente. Pero en la práctica, como recordarán los vapuleados jugadores españoles de la final del Mundial de Suráfrica, Webb no es tan ejemplar. Quizá pensaba que Xabi Alonso e Iniesta fingían. O quizá, como dijo Bill Shankly, es que “los árbitros conocen las reglas, pero no conocen el juego”.



Vía Materia.

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