¿Circo no, zoológico sí? La respuesta es que todo ambiente que no sea el natural, no beneficia en ningún aspecto a los animales. Laura Smith, periodista de la revista
Slate, realizó una
investigación sobre el tema en la que se refleja el problema que supone el encierro para la salud mental de los animales.
Gu era el oso polar más famoso del zoológico de Central Park, en Nueva York, pero lo que era una atracción para los visitantes, le suponía a él "una docena de Prozac y US$ 25,000 en terapia de comporamiento", informó Smith. Lo que llamaba la atención era que nadaba en su piscina compulsivamente, a veces hasta por 12 horas seguidas, y perseguía a los niños bajo el agua, lo que, por supuesto, los asustaba.
Como expone Smith en su artículo, Gus es tan solo un ejemplo de la cantidad de animales que sufren de inestabilidad a causa del encierro. El rango natural para un oso polar es aproximadamente un millón de veces el tamaño de una jaula de zoológico. La historiadora de la ciencia Laurel Braitman escribió en su reciente libro
Animal Madness: How Anxious Dogs, Compulsive Parrots, and Elephants in Recovery Help Us Understand Ourselves que "es imposible replicar, incluso en una mínima fracción, el estilo de vida que los osos polares tienen en la naturaleza". Por eso, entre sus causas, "los zoológicos como instituciones son profundamente problemáticas", continuó.
"Zoocosis"
El término que define los trastornos de comportamiento en los animales a causa del cautiverio es zoocosis. Entre los más comunes, según Smith, se encuentran deambular por la jaula, morder las barras o, como en el caso de Gus, nadar en círculos. Además, es usual la caída del pelo y la práctica de vomitar y comerse el propio vómito, lo que, para las autoras del libro
Animals Make Us Human,
Temple Grandin y Catherine Johnson, "casi nunca ocurre en el ámbito natural".
Para combatir la zoocosis, muchos zoológicos tienen programas de enriquecimiento en los que, por ejemplo, les dan a los animales juguetes para distraerse, alimentos que llevan más tiempo digerir o más lugar en sus jaulas, comprobó Smith. Pero, aunque algo es mejor que nada, para Braitman no resuelve el problema: "Una jaula puede ser genial, pero no deja de ser una jaula".
Peor, es el uso habitual de drogas como tratamiento para controlar el modo de actuar de los animales. Smith encontró que la industria farmaséutica animal está en auge, con
US$ 6 mil millones en ventas en 2010, solo en Estados Unidos.
Otro problema es la disolución de las familias para el apareamiento, con ejemplares que sean más adecuados genéticamente. Smith encontró que en el
sitio web del zoológico Milwaukee, el programa de intercambio de animales con otros zoológicos "ayuda a mantener la colección fresca y emocionante".
Humanos visitantes
"Los zoológicos son, en primer lugar, para la gente, no los animales", dijo Smith. En
Animals and Society, la antropóloga cultural Margo Demello explica que los zoológicos usualmente no colman las expectativas de los visitantes: "Las personas no quieren solo ver a los animales, quieren conectar con ellos, algo imposible dadas las limitaciones estructurales de los zoológicos". Braitman agrega que eso es un problema porque la mayoría de los animales "no quieren ser observados", lo cual constituye la atracción principal de estos lugares: exhibir.
Entonces, ¿qué hay que hacer? Smith cuenta que Braitman y DeMello están de acuerdo con el deseo del público de interactuar con los animales, pero proponen diferentes alternativas. DeMello sugiere actividades "no intrusivas", observando pero desde la distancia. Por su parte, Braitman tiene una visión más drástica del asunto, y propone "terminar los zoológicos como los conocemos" y reemplazarlos con zoológicos para "animales de mano", centros de rehabilitación para los animales que quedaron fuera de su naturaleza, entre otros.