"Tengo más miedo a las víboras que al hipopótamo. Es como la mascota del pueblo", dice Diego Alejandro Rojas. Otros paquidermos como éste se han visto en Doradal, poblado a unos 190 km de Medellín, la ciudad donde Escobar hizo su cuartel general a sangre y fuego a fines de los años 1980 y principios de los 1990.
La comerciante Rosa González, de 57 años, aún recuerda cuando casi se topó con uno en junio: "Nos encerramos y lo vimos pasar. Era la primera vez que pasaba uno por esta calle", afirma. Los hipopótamos provienen de la Hacienda Nápoles, en alusión a la otrora lujosa propiedad de Escobar en las afueras de Doradal, un regalo que se hizo el capo en 1978: 2.000 hectáreas donde creó un zoo de especies exóticas.
David Echeverri, biólogo de Cornare, una corporación regional de protección ambiental que dispone de fondos surgidos de bienes confiscados a narcotraficantes, cuenta que "entre 1982 y 1984 llegaron cuatro hipopótamos de un zoo de California".
Librados a su suerte en la hacienda abandonada luego de que Escobar cayera abatido por la policía en 1993, los hipopótamos se multiplicaron. La mayoría de los animales (flamencos, jirafas, cebras, canguros) fueron vendidos a zoológicos, pero ellos se quedaron allí. "Es el grupo de hipopótamos silvestres más grande del mundo fuera de África", subraya Echeverri.
"Se reproducen cada dos años, con una sola cría. Aquí para ellos es un paraíso. No tienen predadores. Están mucho más tranquilos que en su hábitat natural", agrega Jairo León Henao, un veterinario que trabaja con Echeverri.
En Doradal muchos están maravillados. "Mientras uno no les moleste son muy mansos. Estamos acostumbrados. En el pueblo se respeta mucho a estos animalitos", dice con tono afectuoso Mayerli Copete, de 21 años.
Pero su número creciente inquieta a los expertos. "Calculamos que hay unos 35. Pero es difícil contarlos porque cuando te ven, se sumergen y surgen en otro lado", dice Echeverri a orillas de la laguna de la hacienda donde, bajo el sol matinal, algunos muestran el hocico y las orejas.
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