La mayor amenaza de Game of Thrones no son ni los dragones, ni las hordas de Dothraki, ni los despiadados Caminantes Blancos, sino los drones que tratan de captar imágenes inéditas de la serie de HBO.
G4S, la empresa de seguridad privada que controla el estudio en Belfast (Irlanda del Norte) en el que se graba la mayoría de la serie, afirma que hacen volar los drones por curiosidad o para vender las imágenes a los medios de comunicación y las páginas web de entretenimiento. A pesar de que HBO no ha dado ningún detalle sobre la séptima temporada, en internet ya hay fotos y spoilers.
Pero aparte de por revelar secretos de la trama, G4S declara que los drones suponen cada vez más un problema en otras áreas de su trabajo. Los drones se han utilizado para pasar de contrabando objetos en las prisiones, para fotografiar las bodas de los famosos o para grabar en los estadios conciertos o eventos deportivos.
Los pilotos han advertido en varias ocasiones de los peligros de golpear un dron mientras despegan o aterrizan. El pasado julio, un Airbus con 165 pasajeros evitó por pocos metros chocarse con un dron mientras volaba por encima del Shard, en el centro de Londres.
En enero de 2015, un funcionario borracho estrelló accidentalmente un dron en el jardín de la Casa Blanca. Hace unos meses, en Japón se arrestó a un hombre por depositar con la ayuda de un dron arena radioactiva en el tejado del primer ministro, en protesta por la política nuclear del país.
Noah Price, al frente del desarrollo de soluciones en G4S, declaró que, para lidiar con los intrusos, la empresa informa a la Autoridad de Aviación Civil de Reino Unido, que fija las normas para volar drones. En ellas se prohíbe que los drones con cámara se acerquen a menos de 50 metros a personas, vehículos o edificios y deben alejarse de áreas congestionadas o eventos multitudinarios.
Sin embargo, los problemas han empeorado debido a que los drones son más baratos y más sofisticados. Por 35 euros se puede adquirir un dron sencillo y ligero con 8 minutos de batería.
Entre los precios más caros, un dron con 30 minutos de batería y una velocidad aproximada de 72km/h cuesta unas 1.000 libras. Estos drones se pueden controlar a cuatro kilómetros de distancia y pueden transportar cámaras de alta calidad.
Como el resto de expertos en seguridad, Price advierte que el riesgo más grave es utilizar los drones como armas. Y añade que varios aeropuertos, estadios, centrales eléctricas, instalaciones nucleares y compañías químicas han denunciado la intrusión no autorizada de drones.
La cuestión es cómo pararlos. Mientras G4S vigila las instalaciones para que no se acerquen los pilotos de drones, las empresas de tecnología están desarrollando dispositivos que interfieren la señal o se hacen con el control de los drones.
Otras medidas para evitar los drones son dispararlos, atraparlos con redes o utilizar otros drones para que choquen contra los intrusos, aunque estos métodos suponen también un peligro puesto que los drones dañados caen al suelo. En sintonía con Game of Thrones, la policía holandesa está probando una nueva opción: emplear aves rapaces para acabar con los drones. "Intentamos estar al tanto de la tecnología, como todo el mundo," declaró Price. "Es un gran reto para todos los trabajadores de seguridad".
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