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El smartphone, un hermano menor molesto y bocón

Los teléfonos inteligentes ya son parte de la familia. Conciliar una paternidad atenta y el uso permanente de los dispositivos móviles es un desafío que enfrentan los nuevos padres
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30 de agosto de 2014 a las 05:00
Mientras hamaca sus piernas cortitas que cuelgan de la silla, Candela tararea una canción y, entre distraída y circunspecta, arrastra por la mesa del restaurante de comida rápida un Pequeño Pony fucsia que obedece sumiso. Así espera su hamburguesa y papas fritas. Del otro lado de la mesa, Juan mira fotos en la pantalla de un Samsung S5. La escena se prolonga 240 segundos. Entonces Juan abandona el smartphone y se encarga de hacerle una nueva trenza al juguete, secundado por las risas de Candela.

La oscilación entre prestarle atención al smartphone y a los niños se repite varias veces en otras mesas de este local montevideano. Lejos de ser una realidad local, el comportamiento fue objeto de un estudio realizado por miembros del departamento de Pediatría de la Universidad de Boston, que observó la interacción entre padres e hijos en restaurantes de comida rápida de Boston, Estados Unidos.

La investigación delineó algunos patrones de comportamiento que los adultos tienen para con los niños cuando utilizan sus teléfonos inteligentes: suelen quedar absortos, priorizar la pantalla sobre el niño y, aquellos que están altamente comprometidos con el uso del teléfono, son más proclives a reaccionar de forma severa a los llamados de atención de los pequeños.

Ese pendular entre mirar al niño o a la pantalla trasciende fronteras, al igual que la preocupación que genera por su efecto en las interacciones familiares y en la educación de los hijos. Es el desafío de esta generación de padres experimentar, improvisar los límites en el uso y aprender a regular sus efectos.

Uno más para rivalizar


Cuando el teléfono era solo un teléfono implicaba un flujo de información limitado. Sin embargo, la conjunción de llamadas, mensajes de textos, correos electrónicos, notificaciones de Facebook y Twitter, y chats de Whatsapp hace que los smartphones pidan de forma permanente que se los mire, se los tome, se los atienda.

“El smartphone para los niños es como un hermano molesto y bocón, que siempre está hablando y reclamando atención”, explica el psicólogo uruguayo Roberto Balaguer sobre cómo los niños decodifican la presencia y persistencia de ese dispositivo que los padres llevan siempre en brazos.
Como un coro, a todas las edades los niños hablaban de esta nueva rivalidad de hermanos, que no es con un miembro de su familia, sino con el aparato”, dijo la psicóloga estadounidense Catherine Steiner-Adair

La psicóloga estadounidense Catherine Steiner-Adair realizó 1.000 entrevistas a niños y adolescentes de entre 4 y 18 años consultándolos sobre cómo los afectaba el uso que sus padres hacían de los dispositivos. “Como un coro, a todas las edades los niños hablaban de esta nueva rivalidad de hermanos, que no es con un miembro de su familia, sino con el aparato”, dijo al diario New York Times. Allí encontró que las palabras que aparecían con más frecuencia entre las respuestas eran enojado, triste, frustrado y solo.

“Uno podría estar frente al smartphone todo el día, pero un hijo también demanda presencia y ambos exigen una atención total. Entonces hay una situación de choque”, explica Balaguer. En esa colisión lo que suele quedar relegado es el tiempo de calidad con los hijos. “El niño percibe que su tiempo con el padre se vuelve un tiempo Twitter, donde el espacio de atención es cada vez más corto e interrumpible. Eso genera ansiedad, sensación de poco sostén y la impresión de tener padres fragmentados”, comenta el especialista.

Píxeles que encandilan


El problema puede trascender las dinámicas familiares. La televisión es el antecedente inmediato al smartphone: una pantalla que cambió las dinámicas de relacionamiento y rutinas en el hogar. Se trata de un aparato egocéntrico y demandante que redirige las miradas y obtura conversaciones por el solo hecho de estar encendido.

En 2009, un estudio del Instituto de Investigación para Niños de Seattle hizo que los pequeños grabaran los sonidos de su casa y demostró que por cada hora en que la televisión estaba encendida, los adultos hablaban entre 500 y 1.000 palabras menos por día. Así se correlacionó la presencia de esa pantalla con un menor uso del habla y de la práctica del lenguaje.

Aún no existen estudios como el anterior para medir la incidencia de los smartphones en la crianza y educación de los niños. Sin embargo, una investigación del Programa Mejor Comunicación, del gobierno británico, descubrió que en 2010 el número de chicos de entre 2 y 16 años con dificultades en el habla y uso del lenguaje había incrementado 70% con respecto a 2007. Entre los factores explicativos del incremento aparecen el uso de los nuevos dispositivos, el aumento en las horas de trabajo de los padres y la pérdida de momentos de ejercicio del lenguaje como la cena en familia.

En una línea similar, en Estados Unidos los números del Centro de Control y Prevención de Enfermedades demostraron que entre 2007 y 2011 el número de heridas no fatales en niños menores de cinco años subió 12%. Ese porcentaje se había mostrado en descenso durante toda la década previa.

Des-afectarse


Pero los efectos no son inherentes al dispositivo, sino consecuencias de un uso que aún evoluciona. “El uso de un smartphone frente a los hijos no perjudica la relación con ellos. La relación se daña por el tipo de práctica, no por la práctica en sí misma”, explica la psicóloga Cecilia Cabrera, cofundadora de la organización Sujetos en Red, dedicada a estudiar el efecto de las nuevas tecnologías en la sociedad. “Es como plantear si manejar frente a los hijos los perjudica. Si uno va insultando al resto y no respeta las señales de tránsito, entonces sí perjudica”, continúa.
Antes el padre estaba 10 horas sin saber de sus hijos y ahora no hay continuidad en los tiempos familiares, pero tampoco en los tiempos de trabajo. Hay contactos permanentes durante todo el día”, explica el psicólogo Roberto Balaguer

Por otro lado, y lejos de las voces de alarma, los teléfonos inteligentes han permitido que una nueva generación de padres pueda trabajar de forma remota, cuidando a un hijo enfermo o aprovechando algún día de las vacaciones sin que sea necesario pedir licencia o abandonar completamente las tareas laborales. Porque el smartphone también afecta positivamente a los niños, pues les permite tener padres presentes durante muchas más horas, con relación a aquellos que solo podían trabajar de forma presencial.

“Antes el padre estaba 10 horas sin saber de sus hijos y ahora no hay continuidad en los tiempos familiares, pero tampoco en los tiempos de trabajo. Hay contactos permanentes durante todo el día”, apunta Balaguer. “Para los padres sucede lo mismo pero al revés en el trabajo. Hay interrupciones, los hijos llaman, mensajean, mandan mensajes de Whatsapp y hay un flujo de contacto continuo en un horario en el que antes no lo había”, agrega.

Estas instancias son nuevos puentes de comunicación creados exclusivamente gracias a estos dispositivos. Transitarlos o quemarlos seguramente requiera un pequeño movimiento cultural hacia una desconexión planificada. Y también la capacidad para reposicionar al smartphone en la familia y enseñarle lo que ya saben todos los miembros de la casa: respetar los horarios de las comidas y pedir permiso antes de interrumpir una conversación.




Consejos para padres tecnológicos




1. Colocar al niño por encima de cualquier dispositivo. Pensar que cuando un hijo quiere hablar, la información que se va a recibir es la más importante. Las excepciones existen, pero por defecto lo más importante es lo que dice el niño y la comunicación con él.

2. Hay momentos que con un dispositivo de por medio se arruinan. En la mitad de un cuento, por ejemplo, esta funciona como un obstáculo. Cuando un smartphone interrumpe un momento de comunicación, el niño se desanima.

3. Proponer momentos de desconexión. El smartphone siempre tiene algo para ofrecer, en Facebook, Twitter y demás servicios, pero hay que desconectarse para estar con los demás, especialmente los niños, de forma plena.

4. Es una estrategia positiva tener un espacio a la entrada de la casa donde dejar todo lo que viene de afuera: llaves, celular, carteras, documentos, billetera, y seguir avanzando.

5. Desprenderse del dispositivo e incluso silenciarlo para realmente conectar con lo que está pasando en la casa y así evitar la tentación de distraerse.

6. Colocar una alarma a la hora que se supone que se llega a la casa, que diga “poner en silencio” o “jugar con los chicos”, puede sonar calculador de más, pero resulta efectivo.

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