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El parque de los simios

Pese a la presencia de fauna autóctona y del mismísimo rey de la selva, los babuinos son la principal atracción del Lecocq. A un mes de que los muden, la duda es cómo transportar a estos violentos y queridos monos
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25 de agosto de 2012 a las 06:02
En el parque Lecocq hay una cebra llamada Conflicto y otra Gremial. Sin embargo, fueron los babuinos los que se organizaron, tomaron el control de su jaula y la ocuparon. Por eso, dentro de un mes serán reubicados hacia nuevas y más grandes instalaciones.

Hace años que la icónica jaula de forma cupular es territorio de los Papio hamadryas. Ante la vista fascinada de las 170 mil personas que visitan el Lecocq por año, estos simios aplican a diario sus complejas estructuras de socialización, que implican un espectáculo de gritos, peleas, mordidas, persecuciones y sexo. Por eso los monos son la principal atracción del parque natural: siempre hay acción para ver.

El miércoles pasado, por ejemplo, mientras los leones, antílopes, áddax, zorros y otra treintena de especies autóctonas y extranjeras disfrutaban echados al sol o calentitos a la sombra de algún árbol, los monos podían escucharse a cuadras de distancia. Y olerse.

La higiene es apenas uno de los tantos problemas que genera la superpoblación de la jaula de los babuinos, donde actualmente conviven unos 130 ejemplares. El control de natalidad, cuidado de los enfermos y hasta retiro de los cadáveres son maniobras peligrosas en el recinto actual.

Los cuidadores ingresan al encierro todas las mañanas para dejarles la comida, pero intentar tocar a uno de los animales puede resultar fatal. “Son agresivos. Si necesitás agarrar alguno porque está enfermo, la población entera te ataca”, contó Álvaro Modernell, veterinario del parque Lecocq.

Por eso, el nuevo encierro incluye cinco habitaciones destinadas a enfermería e internación, los cuales tienen una puerta de hierro que conecta directamente con el espacio a cielo abierto donde habitarán los monos.

La otra novedad es un espacio cerrado y techado, con piso de cemento, donde los cuidadores podrán colocar la alimentación de los monos, integrada principalmente por carne, leche, frutas, verduras, harina y alimento balanceado de perro. Después de dejar la comida, los funcionarios dejarán entrar a los simios, por lo que se limitará su contacto directo con el grupo.

Además, cuando los babuinos terminen el banquete y se retiren, el espacio podrá asearse sin dificultad.

Momento crítico


Modernell es uno de los que está planificando la mudanza de los babuinos. La obra del nuevo encierro, para el cual se realizó una licitación de casi $?5 millones a fines del año pasado, está en los últimos detalles. Lo más grande que le está faltando es la electrificación de la reja interna y la colocación de las piedras.

Esas rocas dispuestas en forma piramidal no solo son el refugio de los animales, sino un hogar que refleja “la estructura jerárquica que tienen los distintos harenes dentro de esa ciudad”, explicó Modernell.

Esa misma estructura de convivencia es lo que dificulta el traslado. La idea es construir una jaula adentro del encierro actual con alimentos, para que los animales entren de a grupos a comer. El problema es que no da igual qué monos entran en cada tanda ni cuántos días pasan entre que comienza la mudanza y termina.

La unidad social básica de los babuinos es el harén, formado por un macho líder que ejerce el control sobre una cantidad de hasta 10 hembras y sus crías. Si en la mudanza se coloca a un macho dominante con otro, se pelearán y lastimarán. Si se separa a una hembra de su harén, otro la tomará como propia y habrá un nuevo conflicto cuando llegue el resto del grupo.

“No te podés equivocar”, dijo Modernell, quien contó que están planificando el traslado para que dure menos de una semana.

Una de las primeras medidas que tomarán los funcionarios tras la mudanza será el control de natalidad, a través de castraciones, vasectomías y hasta píldoras anticonceptivas. La idea es ir disminuyendo la población hasta llegar a 60 ejemplares, cantidad suficiente para tener garantizada la variabilidad genética por unos 100 años, contó el director del Lecocq, Eduardo Tavares.

En breve se sabrá qué tanto les gusta su nuevo hogar. Por lo pronto, en el anterior se sintieron tan a gusto que, a pesar de estar lejos de su África natal, en 30 años la cantidad de babuinos aumentó 400% y se convirtieron en los reyes de Santiago Vázquez, a escasos metros de los reyes de la selva.



De nombres


No todas las especies ni los animales tienen nombre ni un cartel que lo indique. Las cebras, venados y antílopes son algunos de los que son más que un número. En el caso de los leones, por ejemplo, el padre se llama Aquiles, la madre Elena y una de las dos crías que viven con ellos es Vigo. Sin embargo, el otro hijo, descrito por Modernell como “más pequeño, chueco y un poco deforme”, no tiene nombre, como si fuera parte de una tragedia griega.

De los tres zorros, solo la hembra que vive sola tiene nombre y un cartel explicativo: “Mi nombre es Caiza. En realidad no tendría que tener nombre. Tendría que estar viviendo en los campos de Uruguay. Pero mataron a mi mamá y me trajeron al zoológico cuando era tan chiquitita que no había abierto los ojos. Ahora mi mundo es este. Soy muy confiada con los seres humanos porque ellos me criaron. Pero cada tanto me acuerdo que son un zorro y muerdo, así que no atravieses con tu mano la malla. Muerdo”. Después de todo, Caiza no es tan amigable.

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