En los bosques contaminados por radiación de Ucrania y Bielorrusia, la fauna ha crecido igualmente por la ausencia de humanos

Ciencia > Chernobyl

El humano es más nocivo que la radiación

Tras 30 años sin personas en la zona, la población animal ha crecido
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08 de octubre de 2015 a las 05:00
El sonido de los aullidos de los lobos puebla los remotos bosques de Bielorrusia y Ucrania que desde hace décadas no han visto actividad humana.

Los humanos se fueron alertados por un sonido totalmente diferente que se produjo hace casi 30 años: la masiva explosión de la planta nuclear de Chernobyl en 1986, que dejó docenas de muertos y desplazó a más de 100 mil personas de sus hogares en una zona de 4.144 metros cuadrados entre Ucrania y Bielorrusia. Estos días, los complejos de apartamentos abandonados no son más que ruinas de cemento destrozadas. Las enredaderas crecen por las derruidas paredes de las viejas granjas. Nadie vive en ese sitio postapocalíptico y contaminado. Al menos, nadie humano.

Las poblaciones de vida salvaje (jabalíes, ciervos, lobos) prosperan en Chernobyl. Así lo afirma un estudio publicado en la revista Current Biology, que determinó que las cifras de mamíferos en la zona de exclusión son incluso más altas que las de las áreas protegidas de Bielorrusia.

"Que la vida salvaje comenzó a incrementarse cuando los humanos abandonaron el área en 1986 no es una noticia sorpresiva", comenta Tom Hinton, experto en radioecología y coautor del estudio. "Lo que sorprende es que la vida haya crecido incluso en un área que está entre las más contaminadas del mundo", agregó.

En otras palabras, más allá de la radioactividad producida por el desastre, resulta que la ausencia de humanos fue más que suficiente para generar el crecimiento poblacional.

"Pienso que esto muestra cuánto daño causamos", dijo el otro autor, Jim Smith, un profesor de ciencias medioambientales en la Universidad de Portsmouth, Inglaterra. "Es obvio pero nuestras actividades diarias asociadas con vivir en un lugar es lo que daña el ambiente".

"No es que la radiación no sea mala", continuó Smith, "pero lo que la gente hace cuando está ahí, es mucho peor".

El estudio es el primer censo de animales salvajes en la zona de exclusión. Se elaboró en base a décadas de observaciones en helicóptero en los años posteriores al desastre y tres inviernos en los que los científicos contaron cuidadosamente los rastros de huellas de animales, entre 2008 y 2010, en el lado bielorruso de la zona.

Aunque los números de animales eran bajos cuando se comenzó el conteo en 1987 (porque no se habían tomado datos antes del desastre, entonces no se puede saber con exactitud a cuántos afectó la explosión), rápidamente crecieron cuando los humanos abandonaron la región. Incluso aparecieron osos y linces europeos, que no se habían visto por décadas, incluso antes del accidente. Los jabalíes conformaron sus residencias en los edificios abandonados y los bosques reemplazaron a los humanos en las calles vacías.

Compensando la contaminación

En un plazo de 10 años, cada población animal en la zona de exclusión se había al menos duplicado. Al mismo tiempo, las especies que allí florecían desaparecían de otras partes de la antigua Unión Soviética, a causa de la caza, el mal manejo de la vida salvaje y otros cambios económicos.
Esto indica, según los investigadores, que la exposición crónica a la radiación no tuvo un impacto en la población de mamíferos. Y que lo que pueda haber causado, queda completamente anulado por los beneficios de la vida sin humanos.

Esto no significa que la zona no sea peligrosa, remarca Hinton. Él y sus colegas no estudiaron los niveles de daño individual y molecular causados por la contaminación persistente. Mientras que poblaciones enteras no están muriendo, hay animales individuales que pueden estar enfermando. Y análisis realizados muestran que el suelo en las áreas cercanas al reactor aún exuda radiación. Pero, "el ambiente es muy resistente", dijo Hinton.

El caso de los lobos es particular, ya que su población se incrementó en siete veces. Al ser depredadores en la cima de la cadena alimenticia, son un signo de la salud del ecosistema entero. En otras palabras, si están floreciendo, eso significa que cada uno de los otros niveles de especies, desde los ciervos y los alces hasta los insectos y las plantas, también deben estar en un nivel de presencia saludable.

Otro equipo de investigadores está actualmente usando cámaras para contar la vida salvaje en el lado ucraniano de la zona de exclusión. Los resultados no estarán disponibles hasta fin de año, pero se espera que alcancen las mismas conclusiones que aquellos que están trabajando en Bielorrusia.

Nick Beresford, responsable de la investigación ucraniana, alabó los hallazgos publicados en Current Biology: "La gente ha dicho anteriormente que la vida salvaje en la zona estaba creciendo, pero eran tildados de datos anecdóticos", dijo. Y agregó: "Este es el primer estudio en respaldar esa afirmación a través de la ciencia".

Nobel de Química

El sueco Thomas Lindahl, el estadounidense Paul Modrich y el turco-estadounidense Aziz Sancar recibieron ayer el premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre el mecanismo de reparación del ADN, que puede conducir a nuevos tratamientos contra el cáncer. El jurado que entrega el galardón determinó que los tres científicos "cartografiaron a nivel molecular" al ADN, contenedor de la información genética de cada ser vivo. Lindahl determinó la existencia de un proceso de reparación del ADN que frena la degradación de ese material. Sancar investigó otro proceso, en este caso una defensa contra los ataques externos. Modrich demostró que las células corrigen errores en la copia del ADN que se produce durante la división celular.

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