Valeria Edelsztein es doctora en química por la Universidad de Buenos Aires y docente en dicha institución

Ciencia > Argentina

Ciencia que no muerde

"Los remedios de la abuela: mitos y verdades de la medicina casera", de la química argentina Valeria Edelsztein, prueba que es posible hacer divulgación y entretener, aunque lo interesante del libro no sea lo que indica el título
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15 de octubre de 2012 a las 06:00
"La tarantela, ¿proviene de la picadura de las tarántulas? Y las aspirinas, ¿tienen algo que ver con los cocodrilos egipcios? ¿Puede la miel aliviar la tos y el dolor de garganta? ¿De dónde salen los antibióticos?”. Estas son algunas de las preguntas que responde el libro Los remedios de la abuela: mitos y verdades de la medicina casera, según el texto de su contratapa. Pero, lo que realmente aborda este texto de la química argentina Valeria Edelsztein es un tema mucho más importante y complejo: la farmacología.

Es cierto que la sola palabra resulta más aburrida que leer sobre la explicación médica de “tirar el cuerito”, algo que efectivamente sirve para curar el “empacho”.

Sin embargo, Edelsztein logra abordar la historia de las drogas y remedios desde la alquimia hasta los biofármacos, de Galeno, el padre de la medicina, a la hormona de crecimiento humano que le permitió a Lionel Messi crecer 23 centímetros.

Tanto por su labor de investigadora en fisicoquímica orgánica como de docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, Edelsztein sabe que ese 12% del libro donde habla de los anillos de oro para curar los orzuelos es un gancho necesario para atraer a los más jóvenes a la ciencia.
La tarantela, ¿proviene de la picadura de las tarántulas? Y las aspirinas, ¿tienen algo que ver con los cocodrilos egipcios? ¿Puede la miel aliviar la tos y el dolor de garganta? ¿De dónde salen los antibióticos?”, dice el texto de la contratapa del libro

Esa es también la ideología detrás de la colección Ciencia que ladra, de Siglo Veintiuno Editores, donde han publicado reconocidos científicos abocados a la divulgación como el matemático Adrián Paenza y el biólogo Diego Golombek. De hecho, este último es el director de la colección que no muerde.

“Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad... pero la fuente más autorizada a opinar sobre la salud propia y la ajena son, sin duda las abuelas”, escribe Golombek en el prólogo de Los remedios de la abuela.

Y continúa: “¿A quién no mandaron alguna vez a dormir ‘para crecer’? Por supuesto, ellas (las abuelas) saben perfectamente que durante la noche –y el sueño– se secreta la hormona de crecimiento, que nos estira en los años mozos. Además de deleitarnos con postres de abuela, siempre sabrán ofrecernos el remedio justo para el dolor de garganta, la tos o el mal de amores. Y ya se sabe: lo que no mata, engorda –o cura–”.

Este tono entre divertido e informativo es el mismo que emplea Edelsztein en el libro, particularidad que lo vuelve un texto de lectura ideal para secundaria. La argentina no teme en citar revistas científicas especializadas como The Lancet o en usar términos médicos como biodisponibilidad (el porcentaje de fármaco administrado que alcanza la circulación sanguínea) y hasta poner palabras en inglés. Tal es el caso de serendipity (descubrimiento fortuito), término que incluso se convierte en un chiste interno del libro.

Aunque para los adultos algunos de los chistes de Edelsztein puedan resultar un poco infantiles, la información en Los remedios de la abuela es indispensable en un mundo que evoluciona de la mano de la ciencia y la tecnología. Como explica la propia autora en el libro, conocer el camino de los medicamentos desde la naturaleza a la farmacia es importante “no solo para satisfacer la curiosidad innata sino también para poder leer e informarnos con criterio”.

Pero Edelsztein no solo da valor a los medicamentos sino también al efecto placebo. En una entrevista previa a presentar su libro en la Feria Internacional del Libro la semana pasada, la química contó: “El 40% de la tos se cura por efecto placebo. Si uno le da a 10 personas una pastilla que en realidad es azúcar y le dice que es Tosex, un medicamento que cura la tos, cuatro se curarán. El efecto placebo es fuerte y tiene una explicación científica: el que dice que se está sintiendo mejor, realmente lo siente, porque se activó la zona del cerebro que tiene que ver con el placer y la recompensa. No solamente hay que quedarse en el principio activo. Hay que abrir la cabeza”.Los remedios de la abuela ayuda a ello.




"No hay que ser soberbios de la ciencia"




Durante la estadía en Montevideo de Valeria Edelsztein para presentar el libro Los remedios de la abuela: mitos y verdades de la medicina casera, Cromo conversó con la autora.

¿Qué remedios caseros fueron los que más te sorprendieron al escribir el libro?

Reivindicar la tirada de cuerito fue espectacular porque le dio sentido a tanto sufrimiento en mi infancia. Hubo otros que me sorprendieron, como el de la remolacha para la presión, y otros que me interesaba desmitificar, como el de la vitamina C para evitar resfríos. Es cierto que la necesitamos para las defensas pero no se acumula, entonces, ¿para qué quiero comprar un gramo de vitamina C? Es hacer pis muy caro. Pero tampoco hay que ser soberbios de la ciencia. Algo puede no tener una explicación científica ahora, pero eso no quiere decir que en 5, 10 o 50 años no se le vaya a encontrar.

¿Por qué creés que existen tan pocos ejemplos de divulgación científica hecha por los propios científicos?

No es tan fácil contar ciencia, mostrar lo interesante que es y despertar las ganas de aprender más con el vocabulario que estamos acostumbrados a manejar. Hay que traducir y muchos piensan que allí se pierde contenido y rigurosidad. Para mí es como contarle a un niño de dónde vienen los bebés: a un nene de 4 años no le contás igual que a un chico de 10 o a un adolescente de 15 años. No quiere decir que esté mal explicado, se usan otras palabras y ejemplos. El contenido está, cambia la forma. Igualmente no es fácil porque la investigación lleva mucho tiempo y la divulgación también.

¿Y para qué sirve todo ese trabajo extra?

Todos hacemos ciencia a diario en la cocina, en el baño, en el jardín. Entonces, si explico cómo funciona un jabón, cómo hacer para no llorar cortando cebolla o por qué la lechuga se pone marrón en la ensalada, es más interesante que hablar de la teoría aislada y además despierta la semilla de la curiosidad. Es ese momento en que uno escucha el: “¡Ahh!”, de que te entendieron. Es maravilloso. Le sirve a alguien que después no se va a dedicar a la ciencia para poder leer un prospecto, por ejemplo, y si otro quiere profundizar, puede dedicarse a eso.

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