El comportamiento del público ante la canción "Al vacío" de No Te Va Gustar es un ejemplo de cómo los cerebros reconocen los cambios de ritmo

Ciencia > Uruguay

Al ritmo del cerebro

Investigadores del Claeh estudian cómo se comportan las neuronas cuando se las estimula con música y qué hace a un hit
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19 de junio de 2012 a las 06:06

El feto siente los latidos de la madre incluso antes de tener cerebro. Este es el único ritmo que está presente durante su desarrollo y eso explica por qué el niño recién nacido se duerme de inmediato al recostarlo en el pecho de la madre. Y por qué escuchar música con un ritmo similar al cardiaco es tan reconfortante.

Esto también podría explicar, por ejemplo, el comportamiento en un concierto de No Te Va Gustar. A medida que se acerca el estribillo, los jóvenes comienzan a saltar de forma sincronizada, mientras entonan al unísono: “Que saltes al vacío y que no vuelvas nunca”. Cuando el coro termina, vuelven a agitar el brazo hacia arriba, como hinchada de fútbol, blanden sus celulares y cantan. El ritmo ha vuelto a cambiar.
 Como en la película uruguaya Hit, buscan saber qué es lo que hace que una canción sea 'pegadiza', pero desde el punto de vista científico

Marisa Pedemonte, doctora en Medicina y Biología, muestra este video para demostrar que no se trata de una idea disparatada: ante una canción que cambia de ritmo, muchos cerebros reconocen el cambio. En el Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh), junto a Tamara Liberman y Eduardo Medina, Pedemonte estudia la actividad cerebral respecto a los ritmos en la música.

En otras palabras, la científica investiga qué pasa en el cerebro cuando una persona escucha música, qué ritmos reconoce y cuáles no, si los ritmos propios del cerebro se acoplan a los de la música. Como en la película uruguaya Hit, buscan saber qué es lo que hace que una canción sea “pegadiza”, pero desde el punto de vista científico.

Cuando entra la música


Los siete voluntarios que participan de la investigación se recuestan con los ojos cerrados. El único estímulo que reciben llega a través de los auriculares. Suenan las canciones Oh, Pretty woman de Roy Orbison y Cocaine de Eric Clapton. Los investigadores aceleran o aminoran el ritmo normal de estas piezas y luego ven cómo se comportan las ondas cerebrales frente a esos cambios.

“La música entra por el sistema auditivo, llega al hipocampo (que juega un rol fundamental en los procesos de aprendizaje y memoria) y remueve cosas que ya tenemos guardadas en los almacenes” del cerebro, explica Pedemonte. Del ritmo y del contexto depende si la música emociona o no, qué recuerdos remueve, con qué experiencias vividas uno la relaciona.

Pero todo esto solo se puede ver en un encefalograma. Pedemonte es la encargada de darle sentido a ese trazo, ya que las respuestas esperan contenidas en la amplitud de las ondas, en su potencia, en la coherencia de un tipo de onda con otra.

El primer paso


Hasta ahora, los resultados indican que los dos ritmos cerebrales que cambian con la música –es decir, que se dan cuenta cuando el ritmo varía– son los más lentos, llamados ritmo delta y theta del hipocampo. No sucede con el alfa, que es el propio del estado de alerta.

La música impacta en los tres niveles cerebrales: en el más básico, el de las funciones vegetativas como la respiración; el intermedio, el plano de lo afectivo-emocional, donde radica el hipocampo; y la corteza cerebral, que elabora los mecanismos conscientes.
A uno le gusta la música en inglés, muchas veces sin siquiera entenderla”

Luego de trabajar durante años con ritmos, la doctora comenzó a pensar en la música como un fenómeno particular. “Por un lado, lo que hace a la música algo diferente es que es inventada por nosotros para tocar en el plano afectivo-emocional de forma directa”, explica.

Por otra parte, lo que más interesa en la música, antes que la letra, es el ritmo: “A uno le gusta la música en inglés, muchas veces sin siquiera entenderla”.

Durante el estudio, la imagenología ha podido demostrar que el conocimiento previo hace la diferencia: otras áreas del cerebro se activan en aquellos que saben de música. A su vez, existen diferencias entre quienes componen y quienes solo la ejecutan.

Actualmente, el equipo de investigación se encarga de reclutar voluntarios que cumplan alguno de estos dos requisitos y así estudiar cómo resuena la música en su cerebro.

A futuro


Si bien la investigación se encuentra en una primera etapa, la doctora ya esboza posibles fines prácticos de los resultados.
De repente, si uno fortalece algún tipo de ritmo, dándoselo desde afuera, podría ayudar a que ese bebé madure antes sus procesos rítmicos, como la respiración"

Por ejemplo, se podría prevenir la muerte súbita en los bebés, la cual suele atribuirse a inmadurez cerebral. “De repente, si uno fortalece algún tipo de ritmo, dándoselo desde afuera, podría ayudar a que ese bebé madure antes sus procesos rítmicos, como la respiración”, conjetura.

Determinados ritmos incluso podrían ayudar a sacar a pacientes del coma, aunque Pedemonte aclara que “no se sabe lo que es el coma”, que hay varios tipos y distintos niveles de reactividad. Hasta el zumbido de oídos podría encontrar su tratamiento en la música.

“Pero esto es futurología”, dice. Sin embargo, cuenta que lo mismo pensó cuando trabajaba con neuronas de cobayos hace 20 años: “Uno nunca sabe cuándo se va a aplicar el conocimiento y si se va a hacer para bien o para mal”.




Esa canción que no se despega


Existen canciones que se comportan como verdaderos “gusanos en el oído” (earworms), piezas que se alojan con facilidad en la corteza auditiva, la parte del cerebro que retiene la información musical. Son las canciones “pegadizas”, típicas de las publicidades.

El profesor de marketing de la Universidad de Cincinnati, James Kellaris, enumera los tres ingredientes para lograr que una canción se quede atascada en el cerebro: repetición, simplicidad musical e incongruencia.

Así han funcionado y no dejan de funcionar canciones como It’s a small world (After all) del fallecido Robert Shermans. El propio Walt Disney le encargó una canción que pudiera ser cantada “en todos los idiomas”. La pieza, que repite la palabra “mundo” 14 veces en 22 versos, logra que se puedan tocar los mismos acordes una y otra vez, aunque con distintas melodías, lo que hace que el oído no se canse nunca de escucharla.

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